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Columnistas

Lo que 50 años de arrastrar equipajes nos enseña sobre la adopción de la IA

CAROLINA VEAS Socia CMS Carey & Allende

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 17 de octubre de 2025 a las 04:00 hrs.

Lo que pasó con la tardía invención de la maleta con ruedas podría servirnos para entender lo que está pasando con la inteligencia artificial (IA). La innovación no siempre sigue un camino lógico: cuando Neil Armstrong caminaba sobre la Luna en 1969, todavía íbamos arrastrando la maleta por las estaciones. La idea, tan obvia para todos, de ponerle ruedas necesitó no solo de la tecnología adecuada, sino también un contexto cultural determinado.

Algo parecido ocurre con ChatGPT, tal vez la cara más visible de la IA. No estamos ante un invento revolucionario que surgió de la nada hace tres años, sino que es el resultado de décadas de investigación en lingüística, estadística, procesamiento de lenguaje natural y aprendizaje automático, que solo alcanzó su forma actual gracias a la coincidencia de otros factores decisivos. Entre ellos, el salto en capacidad de cómputo y la disponibilidad masiva de datos.

“En Chile, la discusión sobre la regulación de la inteligencia artificial perdió la suma urgencia, recibió apenas $ 55 millones de presupuesto y casi no generó debate público. No se trata de si el proyecto es bueno o malo, lo que importa es la tendencia a minimizar un problema complejo”.

Sin embargo, lo verdaderamente inquietante radica en el contexto cultural que facilitó su adopción meteórica. Porque mientras la infraestructura tecnológica avanza a toda velocidad, nuestra capacidad colectiva para sostener una mirada crítica, resistir la complacencia moral y reconocer los sesgos que moldean nuestra visión del mundo no avanza al mismo ritmo. Confiamos demasiado, nos dejamos impresionar y olvidamos cuestionar. Esa mezcla de fascinación e inercia nos deja a merced de estas herramientas extraordinarias, entregando datos y autoridad que tal vez nunca podamos recuperar.

Lo preocupante es que esta tibieza frente a los riesgos de estas herramientas no es simple apatía. Es el resultado predecible de cómo funciona nuestra mente. La psicología del riesgo muestra que tendemos a inquietarnos solo por lo inmediato y lo visible. Y con la IA ocurre justo eso: lo que tenemos frente a nosotros son asistentes prácticos, funcionalidades sorprendentes y memes divertidos, no desastres. Mientras tanto, las verdaderas implicaciones, desde transformaciones sociales profundas hasta contingencias legales y comerciales imprevistas, quedan en las sombras.

Cuando algo nos parece demasiado técnico o abstracto, solemos simplificarlo o ignorarlo. Esa tendencia se agrava en un debate cargado de complejidad y polarización. Para algunos expertos, la inteligencia artificial no es más que un eslogan de marketing: un nombre rimbombante que mezcla tecnologías distintas, exagera sus alcances y se aprovecha del desconocimiento general.

Para otros, en cambio, el término encierra la promesa o la amenaza de una nueva forma de mente, capaz de superar al ser humano en muchos terrenos e incluso poner en riesgo a la humanidad.

Como explicó Daniel Kahneman, la mente busca el “camino de menor esfuerzo cognitivo”, optando por atajos y explicaciones sencillas incluso cuando la realidad es mucho más compleja. Él mismo lo resumió con crudeza: “Podemos ser ciegos a lo obvio, y además somos ciegos a nuestra propia ceguera.” A esto se suma la ilusión de que “otros más expertos ya lo entienden”, una forma de externalizar el control que nos tranquiliza mientras delegamos la responsabilidad. El resultado es siempre el mismo: confiamos, nos dejamos impresionar y dejamos de hacer preguntas. Exactamente lo que estas tecnologías necesitan para avanzar sin resistencia.

El ejemplo chileno ilustra bien este punto. La discusión sobre la regulación de la inteligencia artificial perdió la suma urgencia, recibió apenas $ 55 millones de presupuesto y casi no generó debate público.

No se trata de si el proyecto era bueno o malo, ni de escoger entre el enfoque europeo o el estadounidense. Lo que importa es la tendencia a minimizar un problema complejo porque todavía no duele lo suficiente, en medio de un discurso que celebra las fortalezas de la IA sin detenerse siquiera a ponerlas en contexto con sus implicancias.

El fenómeno de la inteligencia artificial se parece a una tormenta perfecta: distintos desarrollos tecnológicos confluyen y generan un escenario que pone a prueba nuestra capacidad de mantener un control ético sobre sus resultados. El verdadero peligro no radica solo en la potencia de la tecnología, sino en nuestra tendencia a bajar la guardia y confiar en que, de algún modo, todo se resolverá solo; basta que otros lo entiendan.

Quizás el desafío más urgente no sea técnico, sino cultural: recuperar el incentivo de conversar sobre estos temas, incluso cuando sentimos que hablamos desde la galería y que nadie nos escucha.

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