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Los profesionales de clase trabajadora enfrentan obstáculos para avanzar

Pilita Clark

Por: Pilita Clark | Publicado: Lunes 15 de abril de 2024 a las 04:00 hrs.
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Sue Gray volvió a aparecer en los titulares el fin de semana pasado. De hecho, la ex funcionaria de alto rango rara vez ha estado fuera de las noticias desde que renunció inesperadamente para convertirse en jefa de personal del líder laborista, Sir Keir Starmer, el año pasado.

Esta vez, el periódico conservador “The Mail on Sunday” dedicó casi una página entera a la mujer a la que llamó “una versión laborista de la vida real de CJ Cregg”, la jefa de gabinete ficticia de la Casa Blanca en la serie de televisión, “El ala oeste de la Casa Blanca”.

“La clase social puede ser una barrera más grande para el progreso profesional y las posibilidades de ser ascendido que el género, el origen étnico o la orientación sexual”.

Esto fue poca cosa para una persona que ha sido acusada de todo, desde conspirar para derrocar a Boris Johnson hasta espiar para el gobierno británico en Irlanda del Norte, lo que ella, por supuesto, niega.

Pero para mí, una de las cosas más sobresalientes de Gray no es lo que ha hecho, sino lo que no ha podido hacer: ir a la universidad.

Todavía recuerdo la sacudida que sentí al escuchar a un exfuncionario público de Whitehall mencionar esto en la BBC en 2022, cuando Gray ocupaba el cargo de segundo secretario permanente en la influyente Oficina del Gabinete. Eso la convirtió en una de las funcionarias de mayor rango de la Oficina, justo debajo de los secretarios permanentes que dirigen los departamentos de Whitehall.

A modo de contexto, el número de secretarios permanentes que nunca fueron a la universidad en esa época era cero, según un informe de 2019 de la organización benéfica de movilidad social Sutton Trust. La mayoría asistió a una de las dos universidades, Oxford o Cambridge, al igual que la mayoría de los jueces de alto rango, ministros del gabinete y diplomáticos.

Para agregar aún más contexto, la proporción de la población general en el Reino Unido que asistía a “Oxbridge” era inferior al 1% y sólo el 7% asistía a las escuelas privadas que educaban a la mayoría de los secretarios permanentes, los jueces superiores y los lores.

La educación no es la única medida de clase. Las ocupaciones de los padres también importan. Pero Gray sigue siendo un caso atípico en un país donde una pequeña élite todavía tiene gran influencia en cómo se manejan las cosas. El Partido Laborista que ella representa con vistas a una victoria electoral, tiene planes de romper un “techo de clase” que, según algunas medidas, es un problema mayor en el Reino Unido que en algunas naciones comparables.

Pero esos planes no son nuevos. Hace 30 años, el entonces líder conservador, John Major —el último primer ministro del Reino Unido que no fue a la universidad—, hizo llamados a favor de una “sociedad sin clases”.

Lo nuevo es que algunos empleadores finalmente están empezando a abordar el problema. En el proceso, están revelando algunas cosas importantes sobre la vida laboral en la Gran Bretaña moderna, como el hecho de que la clase social puede tener un efecto mayor en las posibilidades de ser ascendido que el género, la etnia o la orientación sexual.

La empresa británica de servicios profesionales KPMG reveló esto en un análisis innovador de las trayectorias profesionales de 16.500 de sus socios y empleados que publicó hace poco más de un año.

La firma midió la clase al analizar las carreras de los padres de los empleados, haciendo hincapié en la que generaba más ingresos, un método utilizado por PwC, el bufete de abogados Slaughter and May y otros grupos que abordan la diversidad de clases sociales.

Los datos de KPMG mostraron que los empleados que provenían de familias de clase trabajadora tardaron en promedio un 19% más en subir de grado, o hasta un año, en comparación con aquellos de entornos socioeconómicos más altos. El progreso fue aún más lento para los empleados de clase trabajadora que eran a) mujeres o b) tenían antecedentes de minorías étnicas.

Curiosamente, la brecha de clases se revirtió en los niveles más altos de KPMG, donde los empleados de la clase trabajadora avanzaron más rápido. No está claro por qué, dice Jenny Baskerville, directora de inclusión, diversidad y equidad de KPMG. Pero me dijo que estas personas tal vez eran “tan excepcionales” que, una vez que finalmente alcanzaban posiciones de liderazgo, “se apoyaban en quiénes eran” y avanzaban más rápido hacia el nivel de socios.

Pese a todo esto, todavía existe una considerable brecha salarial entre clases en el Reino Unido. Un estudio lo sitúa en una diferencia de £6.291 (o el 12%) para los profesionales de la clase trabajadora. Es casi tres veces mayor en el sector financiero, que se cree que tiene la brecha salarial de clase más alta de cualquier profesión.

Hasta ahora, los reguladores han evitado obligar a las empresas a realizar y publicar los informes sobre clase social, por temor a la carga que representaría en un sector donde pocas empresas recopilan los datos necesarios. Los expertos dicen que esto necesita cambiar, ya que los estudiantes de entornos desfavorecidos con un título de primera clase de una universidad importante tienen menos probabilidades de conseguir un trabajo de élite que los estudiantes más privilegiados con títulos de segunda clase. Estoy de acuerdo.

Grupos como KPMG están demostrando que una vez que se conocen los antecedentes de clase, los empleadores pueden determinar quién está siendo afectado y qué se puede hacer para asegurarse de que todas las personas con talento avancen. Eso no es sólo justo. También es buen negocio.

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