En nuestro país se ha convertido en un verdadero deporte nacional enjuiciar el desempeño de nuestras autoridades a partir de encuestas de opinión semanales. Tanto así que ya casi ni nos inmutamos cuando vemos una nueva “baja histórica” en la aprobación de nuestra Presidenta y su gabinete, de la oposición y de cualquier autoridad política en general.
Es un barómetro social que impone grandes exigencias a nuestros ya sobrepasados políticos y donde los únicos que parecen sacar cuentas alegres son las consultoras que las elaboran. En este escenario de la política de encuestas, ¿cómo pedirles a nuestras autoridades visión a largo plazo si la sociedad impone esta vara para medir su desempeño? ¿Cómo pedirles que se hagan cargo de los grandes temas del país, como la niñez, una carrera docente atractiva, o una nueva política industrial que desarrolle nuevos mercados y no nos haga tan dependientes del cobre, si esto reditúa en un largo plazo? ¿Cómo asegurar políticas de calidad, si lo único importante es estar apareciendo en la prensa para mejorar en las encuestas o que tal o cual proyecto se promulgue antes del 21 de Mayo para incluirlo –orgullosamente- en la cuenta pública?
Este modo de hacer política pasa la cuenta, no solo por la distancia que genera con la ciudadanía, sino porque simplemente no es capaz de dar respuestas sustentables a los problemas políticos que tenemos. De a poco vemos cómo el debate de Codelco y su capitalización nos hablan de la imposibilidad de generar políticas de largo plazo. Lo mismo se vio en el debate de las AFP, en el que durante 35 años no se ha realizado los necesarios (y consensuados) cambios de parámetros porque nadie estaba dispuesto a pagar el “costo político”. Y la misma será la tónica, en caso de seguir así, para la política carcelaria o para las soluciones aún pendientes en salud.
La lógica del retail o el marketing aporta ciertas luces que permiten tomar decisiones respecto a los procesos políticos y lo que espera la ciudadanía de ellos, pero tenemos que caer en la cuenta de que la política es más compleja que la venta de cierto producto. Este es un error instalado que viene también a sumarse al desprestigio de esa actividad, que para ser franco, los mismos políticos se han preocupado de profundizar. Consultorías, datos en planillas Excel y encuestas con bajo error estadístico nunca podrán reemplazar la conexión real que todo político requiere con las necesidades de la ciudadanía. En caso contrario, no es posible entrar en la complejidad de los procesos involucrados y solo es posible dar salidas cortoplacistas; agendas cortas, grandilocuentes anuncios que demoran en aterrizarse y propuestas para ser concretadas en 2030 como mostró la gratuidad universal.
Pero esto también genera una paradoja: quizás, dirán los defensores de las encuestas, aquí esté la explicación. Si vemos las prioridades en la CEP: corrupción, delincuencia, salud, educación y temáticas que, salvo corrupción, se vienen repitiendo persistentemente en esta prestigiosa encuesta. Si se le diera más importancia a estas cuestiones, dirán, el cuento sería distinto. Y en parte es cierto. Hay que abordar esas prioridades en las que históricamente hemos estado en deuda; sin embargo, si la métrica con la que se mide el éxito en estas materias sigue siendo una cortapisa que rige el desempeño semanal nunca encontraremos una respuesta suficiente. La tiranía del “cortoplazo” es incapaz de dar una respuesta certera a la complejidad de la vida social.
La función de la política es mediar, fijar prioridades y definir hacia dónde se debe avanzar. Este instrumento que tan de moda está no ayuda a cambiar los malos hábitos que se han ido enquistando en nuestros políticos. En cambio, se debe avanzar por recuperar la verdadera función de los políticos, esa que apunta a los problemas con visión de Estado. En la próxima campaña presidencial y parlamentaria existe una enorme oportunidad para recuperar el rumbo y proponer un proyecto país que tenga más contenido y trascendencia que una campaña del retail.