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Paternalismo financiero

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El prestamista es un personaje vil en la literatura. El hosco y amargado señor Scrooge del "Cuento de Navidad" de Dickens se dedicaba al negocio de cobrar por prestar dinero. Hasta la Biblia y el Corán condenan esa práctica. Resulta obvio entonces que exista interés público en regular esta actividad, en particular cuando está vinculada a la usura. A ojos de los políticos, un banco no se diferencia mucho de un típico prestamista. El argumento anterior no por antiguo deja de ser menos falso y abre espacio a malas regulaciones.

En este sentido, hay algo que no cuadra en el debate sobre regulación bancaria en Chile. Se busca proteger a los pequeños deudores frente al abuso de los grandes acreedores. Por ejemplo, de acuerdo al discurso público, uno de los problemas estructurales de nuestra economía radica en la falta de competencia de muchos sectores. La banca no es una excepción. De ahí que el interés general exija proteger al pequeño deudor de los "scrooges" que buscan ganar a expensas del débil. La respuesta unánime de las autoridades ha sido homogeneizar productos reduciendo los incentivos a la innovación (Sernac Financiero), reducir el acceso al historial de crédito en una industria donde las asimetrías de información son enormes (reforma al Dicom) y fijar precios (rebaja de la tasa máxima convencional). Esto es la antítesis de una política pro competencia. Así como 􀂄 subir el salario mínimo tiene el efecto de reducir el empleo, regulaciones que buscan bajar las tasas de interés que pagan los más pobres usualmente restringen el acceso al crédito de estos últimos.

En un estudio de Tobías Moskowitz (Chicago) y Efraim Benmelech (Harvard) se documentan los efectos de las leyes anti usura en EEUU durante el siglo XIX. Las rebajas en la tasa de interés máxima que cobraban los bancos no solo tuvieron el efecto de generar menos crédito, sino que también su acceso se hizo más complejo para el pequeño deudor y la PYME. Una empresa chica que no tiene crédito es una empresa menos en el mercado y por ende es menos competencia. No obstante, lo más sorprendente de dicho estudio es que meticulosamente se detallan las razones de los políticos estadounidenses de aquella época para legislar contra la "usura" y dichas razones tienen poco que ver con la defensa de los derechos de los consumidores. Por el contrario, las regulaciones más estrictas contra la "usura" ocurren en lugares de mayor concentración del poder político y de menor poder fiscalizador de los medios de comunicación. O sea, los políticos legislan pensando en los poderosos o porque sienten que saben mejor que nadie lo que le conviene al chico, débil y desprotegido. Esto último parece particularmente peligroso porque huele a paternalismo anacrónico y algo aristocrático, lo que me lleva al punto central de esta discusión. Si por siglos la evidencia indica que una excesiva y mala regulación bancaria tiene efectos nocivos para los más pobres, por qué insistir. Existe la falsa pretensión de regular para defender al desprotegido frente al fraude y el abuso, cuando el verdadero objetivo es decirnos qué productos comprar porque no somos lo suficientemente astutos para saber lo que nos conviene.

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