Por qué los mercados no logran anticipar al Presidente Trump
MATÍAS PINTO Exjefe del Departamento Económico de la Embajada de Chile en EEUU y consultor en GreenGig.io
Convengamos que nunca ha sido una tarea fácil. Pero desde hace ya un buen tiempo, leer o proyectar las decisiones económicas de Donald Trump se ha vuelto un verdadero dolor de cabeza para los economistas.
A pesar de los intentos de los mercados por ajustar sus expectativas, estos no logran anticiparse ni incorporar de manera oportuna las decisiones del Presidente de Estados Unidos. Los economistas de todo el mundo -incluidos los locales- se mostraron sorprendidos con la medida del 2 de abril pasado. Por ello queda pendiente una pregunta: ¿por qué fallan constantemente en predecir y comprender las decisiones económicas de Trump?
“Existe un divorcio entre la política económica y comercial de Trump y la política económica tradicional, que hace imposible analizarlas con parámetros ‘racionales tradicionales’. Mientras los economistas miden eficiencia e impacto, Trump las mide en función de su capacidad para cumplir promesas y satisfacer a su base electoral”.
Durante décadas, los principios de macroeconomía y microeconomía han servido como brújula para la formulación de políticas públicas, al menos en las economías desarrolladas. Esta visión tecnócrata del manejo económico trascendía ideologías y gobiernos, representando un consenso global sobre “lo que funciona”.
Sin embargo, la administración Trump ha marcado una ruptura drástica con este paradigma. Sus decisiones no se basan en modelos predictivos o en teorías económicas que han dominado las políticas públicas durante las últimas décadas, sino en su interpretación del mandato popular y en convicciones personales profundamente arraigadas.
Así, podemos decir, que existe un divorcio entre la política económica y comercial de la administración Trump y la política económica tradicional, lo que hace imposible analizarlos de acuerdo a parámetros “racionales tradicionales”.
Para los economistas, esta aproximación resulta desconcertante. La razón es sencilla: mientras ellos evalúan estas políticas con herramientas diseñadas para medir eficiencia económica y el impacto que tendrán en el mercado, Trump las mide en función de su capacidad para cumplir promesas políticas y satisfacer a su base electoral. Los economistas ven distorsiones de mercado; Trump ve justicia y seguridad nacional.
Tal como planteé en una columna anterior, los objetivos comerciales de Trump son claros y consistentes. En el caso de los aranceles aplicados durante el Día de la Liberación, respondían a tres propósitos específicos: generar ingresos fiscales, reducir el déficit comercial de Estados Unidos y revitalizar la producción industrial nacional. Queda pendiente si también se están utilizando como herramienta negociadora.
La lección para los inversionistas, economistas y empresas es clara: debemos ajustar nuestros marcos de análisis para comprender esta nueva era, en la que la política económica y comercial no siguen necesariamente los principios tradicionales.
Esto no significa abandonar el rigor analítico, sino complementarlo con una comprensión más profunda de los factores geopolíticos y culturales que ahora dominan la toma de decisiones. Por ejemplo, un análisis basado únicamente en consideraciones económicas conduciría a la conclusión de que los países no tomarían medidas retaliatorias, ya que no responderían a su interés económico. Sin embargo, como ya hemos visto, ese no es el caso.
Los políticos y encargados de la diplomacia también deben sacar lecciones, porque con las medidas anunciadas el miércoles pasado, estamos volviendo a un proteccionismo de los 1930, que condujo a bloques comerciales rivales, a un mundo multipolar, una guerra mundial y a la creación de Bretton Woods.
En el caso de Chile, el hecho de que se haya impuesto “solo” un 10% de arancel fue recibido con cierto alivio, quizás con la conciencia de hemos estado incumpliendo el tratado bilateral en materia de propiedad intelectual, desde al menos, 2006 y que la medida podría haber sido peor.
Sin embargo, ese alivio es un falso consuelo.El verdadero riesgo no está en el arancel, sino en el deterioro de la economía global -que afecta con especial dureza a economías pequeñas y abiertas- y en la erosión de las reglas del comercio internacional, diseñadas precisamente para proteger a países con menos poder de negociación. Chile encarna ambas vulnerabilidades.
Las empresas y países deben desarrollar estrategias para navegar este nuevo paradigma. Si comprendemos esto, ¿queda tan claro que al cobre chileno no se le aplicarán aranceles en marco de la investigación de seguridad nacional, simplemente porque carece de sentido económico para Estados Unidos? ¿Seguirá siendo efectiva una estrategia basada en mantener un perfil bajo (“pasar piola”), o sería más adecuado adoptar un enfoque distinto, discreto pero proactivo?
Trump ha prometido “hacer a Estados Unidos rico de nuevo”. Si sus métodos heterodoxos lograrán ese objetivo aún está por verse. Lo que sí parece claro es que la era de la globalización regida por normas y sustentada en el libre comercio, tal como la conocíamos, ha llegado a su fin.
Como lo dijo tan elocuente el Primer Ministro de Singapur -país tan abierto al mundo como Chile- en un discurso en cadena nacional: “El reciente anuncio del Día de la Liberación marca un cambio sísmico en el orden global. La calma y estabilidad global que conocíamos no regresarán pronto. No podemos esperar que las reglas que protegían a los estados pequeños sigan vigentes. Comparto esto con ustedes para que todos estemos mentalmente preparados y no nos sorprendamos. No podemos ser complacientes, ya que los riesgos son reales y la apuesta muy alta. El camino por delante será más difícil”.
Por eso, no queda más que prepararnos.