Una tarde de invierno, hace varios años, me uní a un grupo de padres, vistiendo gorros y guantes de lana, todos entusiasmados mientras veíamos un partido de fútbol juvenil local. Las especulaciones no giraban en torno a los jugadores (ojalá), sino a uno de los padres: el entrenador del Arsenal, Mikel Arteta, que estaba viendo a su hijo en un partido en otro campo. Como padre, era un modelo de moderación, muy lejos de su reputación de intensidad como entrenador.
Qué contraste con los “comportamientos preocupantes” que, según se informa, han provocado la prohibición de la asistencia de padres a futuros eventos deportivos para menores de 11 años en el distrito de Merton, al suroeste de Londres. Estas interrupciones incluyeron impedir que corredores cruzaran la línea de meta durante carreras e insultar a niños y árbitros, algunos de los cuales eran alumnos de secundaria.
Este comportamiento no sorprende a nadie que haya estado en la línea de banda de un partido de deportes juveniles. Una vez vi a dos padres siendo escoltados fuera de un campo de fútbol para niños menores de cinco años de edad porque su enfrentamiento los había asustado.
El comportamiento de quienes observan a sus hijos desde las líneas de banda está fuera de control.
A principios de este año, circuló un vídeo de padres en Kent peleándose en un partido de fútbol sub-10. En Yorkshire, un grupo de padres que veían rugby juvenil se alinearon detrás de un adolescente que estaba a punto de patear y lo abuchearon. Esta semana, en EEUU, un padre fue arrestado por sacar un arma en un partido de fútbol americano juvenil en Alabama durante un altercado.
Estos comportamientos obligan a los árbitros y entrenadores a abandonar los deportes y también desaniman a los niños. Cath Bishop, exremera olímpica y diplomática de alto rango, ahora coach empresarial, afirma que la obsesión de los padres por ganar genera un miedo y una tensión enormes en los niños; ya no quieren jugar, divertirse, arriesgarse ni desarrollar la capacidad de pensar por sí mismos en el campo.
En un grupo de Facebook de fútbol, las quejas abundan. Un miembro describe a padres que “no ven el futuro. Les gritan a sus hijos y los desaniman, y peor aún, a los hijos de otros. Y la mayor parte del tiempo, todo gira en torno a ellos”. Otro dice: “Creen que su pequeño Ronaldo es el mejor del mundo y que todos los demás jugadores son pésimos”.
Esta escalada de pasiones es un indicador de una crianza más intensiva. En un estudio, investigadores entrevistaron a adultos que informaron que cuando eran jóvenes sus padres rara vez asistían a sus eventos deportivos. Uno dijo que cuando asistían era “casi como si fuera un día festivo”. Algunos lamentaron la pérdida de la oportunidad de cercanía, reflexionando sobre la diferencia de su relación con sus propios hijos. “Prefiero ver el equipo de fútbol de mi hija que la selección nacional por televisión. Es igual de divertido”.
En EEUU, el deporte es una puerta de entrada a becas universitarias y hay mucho en juego. También he hablado con padres en Londres cuyos hijos tienen dificultades en la escuela y ven el deporte como un área donde pueden destacar, y con inmigrantes confundidos por el sistema educativo a quienes les cuesta trabajo ayudar a sus hijos con las tareas, pero pueden apoyarlos en los partidos.
Los esfuerzos de Merton no son los primeros intentos por controlar a los padres. Un periódico señala que los organismos deportivos han intentado emitir tarjetas amarillas y rojas, así como instaurar un “apoyo silencioso”, durante el cual los padres pueden ser vistos, pero no escuchados.
Gordon MacLelland, fundador de Working with Parents in Sport (Trabajar con los padres en el deporte), una empresa que apoya a entrenadores, padres y niños, afirma que los adultos en eventos juveniles imitan a las multitudes en los partidos deportivos profesionales. Cree que este comportamiento ha empeorado desde la pandemia, en consonancia con informes sobre la mala educación pública en otros lugares. Los trabajadores de teatro se han quejado de que la incivilidad del público ha aumentado desde los confinamientos, como lo puso de manifiesto el disturbio que interrumpió la representación de Macbeth de David Tennant en Londres el año pasado.
Una de las primeras cosas que MacLelland les dice a los padres es que frenen sus frustradas ambiciones en el fútbol o el críquet. “Ustedes pueden soñar, pero no deben transmitir esos sueños a sus hijos”. ¿Quién sabe cómo funcionó eso para Arteta, cuyo hijo Gabriel, de 16 años, debutó con el equipo juvenil sub-17 del Arsenal este mismo mes?
Instagram
Facebook
LinkedIn
YouTube
TikTok