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Columnistas

Rosario

Padre Raúl Hasbún

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 6 de octubre de 2017 a las 04:00 hrs.

Cuando el Papa León XIII, célebre impulsor de la Doctrina Social de la Iglesia, veía aproximarse octubre, lo primero que hacía era escribir una Encíclica o una Exhortación sobre el Rosario (llegó a totalizar 18). Octubre es el mes del Rosario. Intuía, León XIII, avalado por doctrina y experiencia, que orar es vitalmente necesario para reformar y optimizar el tejido social. La oración, en efecto, cambia la mente, el corazón y los hábitos del que ora; pero puede hacer lo mismo en aquellos por quienes se ora. Si orar nos da poder sobre el Dios Todopoderoso ¿cómo dudar de que la oración es capaz de alcanzar todo lo que Dios ama, y de erradicar todo lo que Dios aborrece?

Se puede orar con los labios y con la mente. Solo o en comunidad. Con textos oficiales o como grito del alma. En templos, dormitorios, comedores o cárceles; en buses, autos, Metro, barco o avión; en cárceles, hospitales, conventos o regimientos; en estadios y cementerios. Pero hay una sola oración que por su estructura se adapta a todo tiempo, lugar y circunstancia y puede realizarse en todas sus formas, sin necesidad de libros, luz o ambiente propicio. Es el Rosario.

Creado y difundido hace casi un milenio, hay quienes lo menosprecian como devoción obsoleta y marginal. ¿Marginal? Su materia prima es el Padrenuestro, oración que Jesús compuso en respuesta a quienes no sabían orar. Contiene todo lo que es lícito desear y pedir. Quien la reza puede estar seguro de ser oído y acogido: la voz es suya, pero las palabras son de Cristo, el Rey del cielo. Y en el centro de esa plegaria está la llave que abre todas las puertas y accede a todos los tesoros: “Hágase, Padre, tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Y las Avemarías repiten el saludo angélico a la Inmaculada Madre de Dios, de Cristo y de cada uno de nosotros, encargados a su amorosa tutela por expreso testamento del agonizante en la Cruz.

¿Obsoleta? Si parece pensada para la urbe moderna, asfixiada por la prisa y el ruido, los dos grandes enemigos de la oración. El Rosario permite concentrarse y conversar con Dios abstrayéndose, el orante, de todo factor en contrario. O precisamente para vencer toda contrariedad del entorno. Nada impide decir, o musitar “Padre nuestro…líbranos del Mal… Alégrate, llena de gracia... ruega por nosotros”. Y las manos orantes descargan toda tensión y liberan espiritual endorfina, atadas a esa cuerda circular que ayuda a volver sobre uno mismo y no perder la cuenta de lo que se está diciendo y recibiendo.

Meditando, con palabras divinas, los sustanciales misterios del gozo, dolor, luz y gloria de Cristo, el Rosarino exorciza al Maligno y participa de la Paz y Victoria que Dios promete a los perseverantes.

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