Si quieres parecer confiado, ríete de ti mismo
pilita clark
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Hace unos días fui a una boda donde el novio británico dio un emotivo discurso sobre las cosas que había aprendido de su novia finlandesa. Esto incluía el sorprendente hecho de que los finlandeses tienen una palabra para emborracharse solo en casa en ropa interior: kalsarikännit. Pensando que era una broma, le pregunté a uno de los parientes de la novia si en realidad existía tal palabra. “Oh sí”, me dijo el hombre, sorprendido de que alguien dudara de algo tan obvio. “Tenemos inviernos muy largos”.
Yo todavía estaba pensando en las maravillas de las diferencias culturales cuando llegué a casa y abrí un correo electrónico de una profesora en California, que esperaba que no me molestara un pequeño consejo. Había leído un artículo mío sobre los mentores donde había bromeado (según yo) sobre ser “torpe”, “inútil” e “inepta”. Esto sugería que yo no había aprendido un secreto que, según ella, la mayoría de los hombres habían descifrado y que las mujeres aún no habían descubierto: los comentarios autocríticos nunca se deberían hacer sobre las “habilidades esenciales” de uno.
En otras palabras, decía ella, estaba bien reírte de tu propia apariencia o tus gustos para comer, y la humildad en sí es admirable. Pero denigrar tu conocimiento profesional socava tu propia legitimidad y es algo que nunca deberían hacer las mujeres, que tienen que luchar por el respeto que se les concede a los hombres automáticamente. El artículo contenía sugerencias acertadas, dijo ella, pero los lectores podrían terminar “cuestionando por qué deberían seguir los consejos de alguien que era ‘inútil’”.
Me quedé atónita. Nunca imaginé que alguien tomaría lo que yo pensaba eran comentarios no serios con tanta seriedad. No obstante, alguien evidentemente inteligente y bien intencionado lo había hecho.
Al principio, pensé en Finlandia. ¿Podrían explicar esta confusión las diferencias culturales? ¿O quizás la deficiencia de ironía americana? Ésta era una noción inquietante, considerando que el Financial Times tiene miles de lectores en EEUU. Pero también altamente improbable.
Para empezar, al país que produjo Seinfeld y Los Simpson nunca le ha faltado ironía. Además, cuando le conté lo del correo electrónico a una amiga en Londres, me dijo que una vez ella había recibido precisamente el mismo consejo, de una mujer británica. Esto era aún más inquietante porque reforzaba la idea de que un sinfín de mujeres están saboteándose a sí mismas en el trabajo inconscientemente.
Sin embargo, no creo que sea así. Es cierto que los estudios muestran que las mujeres tienden a criticarse a sí mismas más que los hombres. También está claro que esto puede fallar: revelar cualquier tipo de debilidad en la oficina puede ser riesgoso. Ser crítico con uno mismo de forma interminable es agotador. Pero yo creo que podría haber un mayor riesgo para los que se niegan a reírse de sí mismos o, en efecto, de sus aptitudes.
Primero, elimina una herramienta encantadoramente eficaz. Todavía recuerdo cómo me encariñé con el irascible jefe ejecutivo de Ryanair, Michael O’Leary, después de que me dijo en una entrevista (mucho antes del reciente fiasco sobre las reservas) que él sabía que sus enloquecedoras travesuras -amenazas de hacer que los pasajeros pagaran por usar el baño o pararse- restan valor a los puntos fuertes de la aerolínea.
Pero más importante, las personas que bromean despreocupadamente a sus propias expensas en realidad exuden confianza en sí mismas. Me preocupa que existan mujeres que se oponen activamente a esta práctica; y de paso, supongo que debo incluir a algunos hombres también.
Es posible que esto se deba a que he vivido tanto tiempo en Gran Bretaña, un país que se gana la medalla de oro en la autocrítica. Pero creo que esto les concede una ventaja a los británicos. Erin Meyer, una profesora estadounidense de la escuela de administración de empresas Insead en Francia, quien asesora a compañías sobre cómo manejar las diferencias transculturales, está de acuerdo.
“Burlarse de uno mismo es una gran habilidad internacional”, me dijo, añadiendo que no importaba si tales burlas se extendían a la competencia profesional femenina. De hecho, ella cree que las mujeres se pueden hacer daño profesionalmente al evitarlo, pensando erróneamente que es necesario para tener éxito en un lugar de trabajo masculino. Ella se burlaba regularmente de su manera de trabajar en público, dijo, como lo hacen muchos hombres, “y sé que luzco mucho más segura de mí misma”.
Esto me suena plausible y quisiera que más personas lo hicieran. Aunque sólo sea porque, lejos de ser una amenaza profesional, casi siempre hace que la vida laboral sea más agradable y humana.