Se viven días convulsos para el intercambio. En medio de un caótico convoy de anuncios y contraanuncios, Trump impuso aranceles draconianos a las importaciones, en especial contra aquellos países respecto de los cuales Estados Unidos presenta una balanza negativa.
China retalió, Estados Unidos intensificó su fuego tarifario y la metralla continuó hasta elevar los aranceles al 145% para las exportaciones chinas y 125% para las norteamericanas. El secretario del Tesoro estadounidense afirmó que China está “jugando con un par de dos”, analogía pokerística que alude al hecho de que los asiáticos exportan el quíntuple que ellos y son, por lo tanto, quienes tienen las de perder con la escalada.
“La participación de Chile podría ser tan alta como un 15% de la oferta mundial. Sin embargo, el único proyecto que se ha intentado desarrollar lleva nueve años en tramitación ambiental”.
El argumento norteamericano peca de craso simplismo, porque China tiene una multiplicidad de sartenes por el mango. El más conspicuo de ellos es el de las tierras raras, un conjunto de 17 elementos necesarios para elaborar motores eléctricos, turbinas, dispositivos médicos y armas, entre otros. China extrae el 68% de la oferta mundial y, aún más importante, refina en torno al 85%. Más que conscientes del poder de esta palanca de negociación, China impuso licencias especiales de exportación para seis tierras raras pesadas, el 100% de las cuales se refinan allí, así como para magnetos, que son fabricados en un 90% allí y suponen un insumo irremplazable para varias de estas industrias. En el intertanto, las exportaciones están detenidas y el pavor de los miles de fabricantes que las necesitan para sus procesos es solo comparable a la volatilidad bursátil de estos días.
Chile podría ser un jugador relevante en este juego, porque los recursos de tierras raras en la cordillera de la costa entre el Maule y la Araucanía son suculentos. Voces de la industria estiman que la participación de Chile podría ser tan alta como un 15% de la oferta mundial. Sin embargo, el único proyecto que hasta ahora se ha intentado desarrollar lleva nueve años en tramitación ambiental, bajo la forma de tres declaraciones de impacto ambiental y tres estudios. El quinto de estos intentos es que el que ganó fama por seis naranjillos que el titular omitió en el EIA y que Conaf observó.
Hace tiempo sabemos que la sed mundial por estos minerales será atizada por la transición energética. Ahora sabemos además que la guerra arancelaria desatada por Trump los transformó en bisagra de negociación en pelea de perros grandes (los más grandes que hay, de hecho). Es una oportunidad para Chile, pero que nos exige movernos más rápido (o al menos no a ritmo glacial). Por supuesto que hay que minimizar los impactos ambientales, y por supuesto que hay que compensar aquellos irreductibles (¿cuántos naranjillos podrían haberse plantado en lugar de esos 6?) pero las evaluaciones no pueden entrar a la categoría de décadas, porque las necesidades de empleos de calidad y de pago de impuestos son hoy. El SEIA debiera contemplar una etapa temprana de resolución rápida destinada a zanjar la compatibilidad territorial de la iniciativa. Si se aprueba, la tramitación debe seguir un derrotero en esencia técnico, sin vuelta a fojas cero ni años de judicialización.