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Un halcón en un zapato chino

Andreas Pierotic ex Agregado Comercial de Chile en Beijing. Ha vivido, estudiado y trabajado en China doce años.

Por: Andreas Pierotic | Publicado: Martes 15 de octubre de 2019 a las 04:00 hrs.
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Andreas Pierotic

No es sorpresa que la guerra comercial entre Estados Unidos y China aún no termine, ni que la reunión de la semana pasada en Washington apenas haya impedido escalar aranceles. Aquí en Beijing, hoy la ciudad con más embajadas y diplomáticos del mundo, el nombre que retumba más que cualquier otro es el de Michael Pillsbury (74). Aún no consigue lo que persigue y es la gran piedra en el zapato del gobierno chino. ¿Por qué?

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Sin amarras financieras ni bozales (es un heredero industrial), se ha dedicado a estudiar China toda su vida. Repartido por muchos años entre la oficina de estudios del Pentágono y distintos think tanks conservadores, el halcón Pillsbury se ha convertido hoy, desde el Hudson Institute, en el maestro de Donald Trump para desentrañar a la potencia asiática. Como “principal autoridad sobre China”, lo bautizó el Presidente.

Pillsbury ha confesado que fue un “abrazador de pandas” (panda hugger) hasta hace no muchos años, un término popularizado por él para designar a los occidentales amantes de China. Pero hoy el asesor presidencial es un converso tardío que quiere exculpar furiosamente su pecado y recuperar todo el tiempo perdido. En su último libro confiesa ser culpable de haber contribuido a consolidar la tradicional política exterior de EEUU frente a China. En líneas gruesas, consistente en apoyar el desarrollo de China por medio del comercio bilateral, las inversiones y las universidades norteamericanas, con miras a que una economía de mercado china impulsara mayores niveles de bienestar, y creara una clase media que demandara tarde o temprano un cambio de régimen político: una democracia liberal. En ese escenario, EEUU seguiría así siendo el hermano mayor del club.

Pero Pillsbury despertó de ese sueño hace muy poco. Cayó en cuenta de que el régimen chino de alineamiento de intereses entre lo público y privado —inimitable en Occidente y que ha permitido su milagro económico—, amenaza en muy pocos años más —si no se lo detiene drásticamente—con convertir a China en la primera potencia tecnológica del mundo. El ethos cultural chino, que Pillsbury ha estudiado microscópicamente, finalmente lo ha llevado a concluir que para Estados Unidos es un peligro la capacidad de la clase política china de idear y ejecutar centralizadamente planes de largo plazo, y que la nueva burguesía y su empresariado están muy lejos de estar insatisfechos con el sistema político de Beijing.

Las demandas comerciales de EEUU tienen la pluma y tinta de Pillsbury: no más intervención de Beijing en el desarrollo empresarial y no más inyección a la vena del sistema financiero chino a las empresas tech. La guerra comercial continuará porque al viejo halcón no le interesan las concesiones arancelarias y compromisos chinos de mayores compras. Para él, es demasiada la culpa y está en juego nada menos que la supremacía del sistema político occidental. Mientras China no rinda garantías suficientes para su salvaguarda, esta piedra seguirá en el zapato.

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