Chile ante el riesgo de perder el tren del litio
El último Foro del Litio volvió a evidenciar una realidad incómoda: Chile, pese a haber sido pionero y líder mundial en la producción del llamado “oro blanco”, está quedando relegado en una carrera estratégica que definirá buena parte de la economía energética global de las próximas décadas. Mientras nuestro país continúa entrampado en debates ideológicos y en una institucionalidad que dificulta el desarrollo de nuevos proyectos, Argentina despega con fuerza y se encamina, según múltiples expertos, a superar a Chile hacia 2030.
Durante estos cuatro años, el Gobierno impulsó la Estrategia Nacional del Litio con la promesa de abrir una nueva era para esta industria. Sin embargo, el resultado concreto dista mucho de ese objetivo. El sesgo ideológico predominó sobre una visión pragmática y competitiva, frenando la entrega de contratos, multiplicando exigencias regulatorias y manteniendo la discusión en torno a la no concesibilidad del mineral. El país perdió así un tiempo valioso en medio de uno de los ciclos de precios más altos del litio, una coyuntura que difícilmente volverá con igual intensidad.
Chile está frente a una decisión impostergable. O se moderniza la regulación, se reduce la discrecionalidad y se adoptan esquemas que otorguen certezas a los inversionistas, o el país seguirá cediendo terreno.
Si bien el acuerdo entre Codelco y SQM asegura continuidad operativa y un aumento de producción en el Salar de Atacama, es evidente que no basta. No compensa la ausencia de una política que habilite la entrada de nuevos actores ni la lentitud en otorgar contratos especiales de operación. Argentina, en contraste, opera con marcos regulatorios más simples, trata el litio como cualquier otro mineral y, además, adoptó un esquema de incentivos a la inversión —como el RIGI— muy similar al que Chile aplicó en los años ‘90 para atraer capitales mineros y que permitió el despegue de esa industria en nuestro país. Esa decisión estratégica explica en buena medida que hoy cuente con 24 proyectos avanzados y un horizonte de producción expansivo.
Chile está frente a una decisión impostergable. O se moderniza la regulación, se reduce la discrecionalidad y se adoptan esquemas que otorguen certezas a los inversionistas, o el país seguirá cediendo terreno en un mercado decisivo para la transición energética. La retórica del litio como patrimonio nacional no puede seguir siendo excusa para la inacción. La oportunidad no espera: cada año que pasa es una tonelada menos que producimos y una ventaja adicional para nuestros competidores.
Chile necesita recuperar liderazgo, y para ello debe abandonar los dogmatismos que han paralizado una industria clave. El próximo Gobierno tendrá la responsabilidad —y el desafío— de corregir el rumbo. El tiempo perdido ya no vuelve. Pero aún estamos a tiempo de no perder, definitivamente, el tren del litio.
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