Primarias oficialistas
La exministra del Trabajo y militante del Partido Comunista, Jeannette Jara, se impuso ayer con una amplia mayoría como la abanderada presidencial del oficialismo, al alcanzar el 60% de los votos y llevar, por primera vez en sus 113 años de historia, al PC a liderar un proyecto presidencial programático. Sin embargo, fue una jornada marcada por la baja participación ciudadana: apenas 1,4 millón de votos emitidos, menos del 10% del padrón electoral, reflejo de una ciudadanía que no se sintió convocada por los proyectos en disputa.
Con 825 mil votos, Jara superó el resultado de Daniel Jadue en 2021 (693.862 votos), pero quedó por debajo del piso del millón que le permitiría proyectar una candidatura con cierta tranquilidad competitiva para pasar a segunda vuelta. Boric, hace cuatro años, obtuvo 1.058.027 votos en las primarias y 1,8 millón en primera vuelta.
Los resultados dieron cuenta, asimismo, de una derrota estrepitosa del Frente Amplio. Su candidato, Gonzalo Winter, obtuvo apenas 123 mil votos (9% del total), confirmando su escasa relevancia electoral. Carolina Tohá, con 384 mil sufragios, logró un débil desempeño como representante del Socialismo Democrático, una corriente que se vio sin tracción ni relato. El oficialismo quedó, así, desfondado: sin centro, sin narrativa y con una figura que, pese a su carisma personal, carga con una ambigüedad estructural.
Jeannette Jara ha intentado presentarse como una candidata transversal: cercana, empática, con un relato de esfuerzo personal y logros concretos en políticas públicas como las 40 horas, el salario mínimo y la reforma de pensiones. Pero sigue siendo, en lo esencial, una candidata comunista. Y su propuesta económica lo refleja: igualar antes de crecer no es solo un eslogan, es una visión riesgosa. El programa propone un salario mínimo de $750.000, sin un plan realista para aumentar la productividad, ni una ruta clara para dinamizar el empleo formal. En un país con baja inversión, informalidad creciente y estancamiento estructural, esa fórmula no cierra.
La distancia pública entre Jara y la dirigencia del Partido Comunista también es notoria. Las declaraciones de la dirección del PC suelen ir en una dirección distinta a las que la candidata intenta proyectar. ¿Es parte de una estrategia deliberada para seducir al electorado moderado mientras se mantiene intacto el proyecto ideológico de fondo? ¿O son diferencias reales que anticipan futuros conflictos de gobernabilidad? En ambos casos, el dilema es grave.
Chile atraviesa una etapa crítica. Las demandas de la ciudadanía están marcadas por el orden, la seguridad, el empleo y el crecimiento. Las mayorías no están buscando refundaciones ideológicas, sino soluciones prácticas. Y ante este escenario, el triunfo de Jara no es solo una victoria comunista: es también una advertencia. El país no puede prosperar con proyectos que ignoran la realidad económica y que no pongan al centro la estabilidad, el crecimiento sostenido y la confianza de los inversionistas.
El resultado de estas primarias deja a la izquierda radicalizada. Volver al centro no es claudicar: es recuperar el sentido común. Y en esto, la derecha tiene una oportunidad, pero también una responsabilidad. Su desafío es abandonar los personalismos y la fragmentación, y ofrecer una propuesta unitaria, viable y con vocación de mayoría. Hoy, más que nunca, Chile necesita un centro político robusto y un liderazgo que entienda que gobernar es unir, no imponer.