Editorial

Xi Jinping ante su mayor desafío

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Más allá de su increíble experiencia de despegue económico, la historia de China a nivel internacional en las dos primeras décadas del siglo XXI es una de redefinición y reposicionamiento. El país que seguía el consejo de Deng Xiaoping –“Mantén la cabeza fría y pasa desapercibido”- es hoy la segunda economía del mundo y su poderosa huella geopolítica se hace sentir en las cadenas globales de suministro, en la asertiva (incluso agresiva) diplomacia de sus “lobos guerreros” y en la influencia que ha perseguido (con resultados muy dispares y métodos a menudo objetables) en iniciativas de alcance mundial como la “Franja y la Ruta”.

Es legítimo que China busque un sitial acorde con su influencia, pero evitando una peligrosa lógica de antagonismo y provocación.

Así, lejos de ser un país que “cruza el río tanteando las piedras”, como prudentemente también aconsejaba Deng, hoy despliega una agenda audaz que abarca sus ambiciones territoriales en el Mar de la China Oriental -incluyendo la eventual “recuperación” de Taiwán-, su “amistad sin límites” con la belicosa Rusia de Vladimir Putin y objetivos de liderazgo tecnológico en dimensiones estratégicas del desarrollo como el 5G, la inteligencia artificial y la exploración espacial.

Una parte crucial de estos cambios ha ocurrido bajo el liderazgo de Xi Jinping, quien acaba de sellar un inédito tercer quinquenio como Presidente de China hasta 2027. De forma preocupante, sin embargo, esa transformación ha ido de la mano con un creciente autoritarismo interno del Partido Comunista chino, una mayor injerencia del Estado en el modelo económico, una concentración de poder en manos de Xi, un culto a la personalidad del mandatario y un marcado nacionalismo (de hecho, etno-nacionalismo) durante sus diez años como gobernante.

Todos estos factores están propiciando hace años reacciones de alarma y rechazo, incluso hostilidad, en parte importante de la comunidad internacional, en especial -pero no solamente- en las aún llamadas potencias “occidentales”. Que China busque un sitial acorde con su innegable influencia es perfectamente legítimo; que lo haga desde una lógica de antagonismo y provocación es en principio, innecesario, y en la práctica, peligroso. Hoy el mundo necesita a China, y viceversa; abordar esa tensión en forma constructiva -justo cuando problemas económicos, sociales y demográficos plantean retos domésticos adicionales- debería ser la gran tarea del Presidente Xi en su siguiente mandato.

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