¿Somos solidarios también con el deporte? El marcador que Chile no quiere ver
Por Romina Fernández, directora de cumplimiento en Baraona Marshall, asesora del Departamento de Fútbol Femenino FIFA y presidenta de AMD Chile #SoyPromociona
Por años, hemos usado la meta de la Teletón como termómetro de nuestra solidaridad. A pesar de sus detractores, ha sido un modelo exitoso: moviliza a millones, mejora infraestructura y entrega salud a miles de niños. También respondemos cuando hay catástrofes naturales. Pero, ¿qué pasa cuando no hay cámaras ni emergencias?
Ahí es donde la solidaridad empieza a tambalear. Especialmente en el deporte, donde los talentos jóvenes suelen avanzar solos, empujados por esfuerzos familiares. Otros, con menos suerte, abandonan temprano. Y muchos ni siquiera logran despegar, porque las barreras económicas y estructurales los dejan fuera antes de partir.
Esa falta de oportunidades no es solo un problema para llegar al alto rendimiento. Tiene consecuencias profundas. Hoy Chile lidera el ranking de obesidad infantil en América Latina. Y eso está directamente relacionado con la baja cultura deportiva que tenemos. No hacer deporte no es solo una mala costumbre: es una amenaza concreta para nuestra salud futura.
Si ser solidario significa adherir activamente a una causa, la respuesta es clara: como sociedad no nos hemos comprometido con el deporte, perdiendo una poderosa herramienta para la salud y de integración social.
El sector privado tampoco ha asumido este desafío. En 2023, solo 232 empresas en Chile usaron las donaciones deportivas. Es una cifra bajísima. El problema no es solo falta de voluntad: también hay trabas legales, burocracia, y una ley obsoleta. Esto tiene un costo concreto. En 21 años (2002–2023), la Ley de Donaciones Deportivas ha recaudado apenas $ 215 mil millones. Para ponerlo en perspectiva, la Teletón 2024 sola logró más de $ 40 mil millones. ¿De verdad creemos que la salud y el futuro deportivo no lo valen?
Se suma a la creciente dificultad para obtener recursos privados, el aumento de las restricciones legales, pero no acompañadas de alternativas de financiamiento. Revertir esta situación exige una política pública deportiva moderna, con incentivos claros, acceso universal y un Estado facilitador.
El deporte no puede seguir siendo un bien de lujo para algunos, debe ser una herramienta de bienestar colectivo. No se trata solo de formar campeones: se trata de una sociedad más sana.
Tenemos dos caminos: seguir liderando el ranking de obesidad o invertir en el futuro, mejorar nuestro rendimiento y hacer de los triunfos deportivos una marca país. La diferencia entre uno u otro camino es nuestra capacidad de movilizar la solidaridad más allá de las emergencias.