Aguas lluvias: la deuda invisible de las ciudades chilenas
CATALINA BINDER Vicepresidenta del Consejo de Políticas de Infraestructura (CPI)
Cada invierno, las noticias se repiten: calles anegadas, casas inundadas, servicios colapsados. En ciudades como Santiago, Valparaíso, Concepción o Antofagasta, basta una lluvia intensa —ni siquiera extrema— para que el sistema urbano falle. ¿Es solo un problema climático? No. Es la consecuencia directa de una planificación urbana desconectada de la hidrología, una infraestructura insuficiente y una política pública que sigue tratando el agua lluvia como un residuo, no como un recurso.
En Chile, la infraestructura de drenaje urbano ha sido históricamente relegada a un segundo plano.
“En Chile, la infraestructura de drenaje urbano ha sido históricamente relegada a un segundo plano”.
Según el MOP, más del 80% de las ciudades chilenas no cuenta con un sistema integral de evacuación de aguas lluvias, dependiendo en su lugar de colectores aislados, canales informales o cauces naturales sobre exigidos. Esto quedó en evidencia, por ejemplo, durante el sistema frontal en el Maule en 2023, cuando hubo graves inundaciones por saturación de los sistemas de drenaje.
Y este patrón no es nuevo. La comuna de San Pedro de la Paz, en Concepción, sufre desde hace años los efectos de una urbanización acelerada sobre humedales y zonas de absorción natural. En la Región Metropolitana, la inundación del paso bajo nivel en Lo Espejo en 2021, los desbordes del Zanjón de la Aguada en 2023 o los negamientos en Maipú, La Florida y San Bernardo son señales de esta vulnerabilidad.
El problema no es solo técnico, sino también institucional. Chile mantiene una gobernanza fragmentada, que debilita y hace menos eficiente los esfuerzos permanentes de los actores: los municipios tienen responsabilidad sobre la mantención, el MOP sobre las grandes obras, y las empresas sanitarias operan sin incentivos para integrar soluciones sostenibles. El resultado: diseños urbanos que ignoran el ciclo natural del agua y la prevención.
Fuera de Chile, en Copenhague, tras las inundaciones de 2011, se implementó un ambicioso plan de adaptación que combina infraestructura gris (túneles de drenaje) con infraestructura verde (plazas absorbentes, parques de retención y otros). En Melbourne, los jardines de lluvia son parte del diseño urbano estándar desde hace años, incluso en viviendas sociales.
Estas estrategias, denominadas Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible, ofrecen ventajas múltiples: mitigan anegamientos, recargan acuíferos, mejoran la biodiversidad urbana y ofrecen espacios públicos de calidad. En Chile, hay esfuerzos aislados —como el Parque Inundable La Aguada en Santiago o algunas intervenciones en el borde fluvial de Valdivia—, pero falta una política nacional coherente que transforme estas experiencias en norma.
El cambio climático ya no es una amenaza futura: es una condición actual. Enfrentar este desafío requiere un cambio de paradigma: tratar el agua lluvia no como una molestia a evacuar, sino como un elemento vital a integrar.
Más que seguir reaccionando ante cada emergencia, necesitamos un nuevo enfoque que reconozca el agua lluvia como una aliada en lugar de una amenaza. Planificar con la naturaleza, y no contra ella, es clave para construir urbes más resilientes y sostenibles.