El 23 de septiembre en un programa de TV, la Presidenta dijo su famosa frase de que “cada día puede ser peor”, refiriéndose a la larga lista de problemas que enfrentaba su gobierno, desde los desastres naturales ocurridos, hasta aquellos originados por las dinámicas de su propio gobierno y que han convertido su gestión política en una verdadera pesadilla.
Esta frase, sin embargo, parece premonitoria a la luz de todas las cosas que están pasando en nuestro país, de las cuales nos enteramos cada mañana al leer las noticias en los diarios. Ya no son sólo temas de probidad, que afectan a conocidos políticos de todos los sectores que recibieron inmensas donaciones de grandes empresarios -estando o no en campaña, o casos de tráfico de influencias-; en los últimos años el paisaje se ha ido poblando, poco a poco, de casos de colusión en importantes industrias.
Todas estas situaciones cuestionan fuertemente el modelo de economía social de mercado, la firmeza de los gobiernos corporativos de las empresas, y la calidad del control de los entes reguladores. Esto ocurre en todo el mundo. Anualmente, las autoridades de EEUU y la UE, investigan más de 100 casos de cartelización en diferentes industrias, y durante los últimos 20 años las multas han excedido los US$ 20.000 millones. La investigación del cartel bancario que manipuló durante años la tasa libor y que incluyó a más de 10 de las instituciones financieras más grandes del mundo, tiene hoy a un importante grupo de ejecutivos en la cárcel y multas por más de
US$ 3.000 millones.
Hay varios hechos que constituyen un común denominador en la mayoría de las situaciones: gobiernos corporativos débiles, directores que no hacen bien su trabajo, flojos sistemas de control, pero muy especialmente, ejecutivos con muchísimo empoderamiento y pocos escrúpulos.
Independientemente de que la responsabilidad última recaiga en el directorio; no siempre será fácil detectar ejecutivos inteligentes y bien apertrechados en sus compañías desplegando planes de acción para maximizar sus objetivos personales. Este es un elemento clave en toda la cadena de mando en una corporación.
La integridad y el conjunto de valores éticos de una corporación “baja” de los accionistas a la organización, pero son los ejecutivos los que principalmente deben vivirlos y desplazarlos en el día-a-día, actuando verdaderamente como role models, e incorporándolos concretamente a las prácticas y comportamientos de todos en la organización. Los ejecutivos débiles en su ética de trabajo e integridad son el mayor peligro en una corporación. Con ellos, cada día puede ser peor.