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Columnistas

Cementerio

Padre Raúl Hasbún

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 4 de noviembre de 2016 a las 04:00 hrs.

Es un terreno, por lo general cercado, destinado a enterrar cadáveres. Deriva de una palabra griega que significa "dormitorio". También en griego se le denomina "necrópolis": "ciudad de los muertos". La Roma antigua construyó un templo dedicado a "todos los dioses" (en griego, "panteón"), término que pasó a designar un monumento funerario para sepultación de muchas personas. Lista de sinónimos que culmina con "camposanto", de uso frecuente en la cobertura periodística de las masivas visitas a cementerios cada 1 de noviembre, Día "de Todos los Santos".

Este simple paseo semántico permita identificar tres percepciones transversalmente compartidas sobre la cultura de la muerte. 1) la muerte es un estado de reposo, similar al de la dormición, transcurrido el cual se espera que la persona que allí duerme despierte a la vida. 2) la muerte, siendo personal, tiene un marcado sentido e interés social, reflejado en que los muertos descansan en lugares comunes y permanentes, donde muchos se congregan para honrar su memoria y legado. Y 3) la muerte y los muertos guardan estrecha relación con Dios y su santidad. De hecho, los cementerios o camposantos son santuarios, en el sentido original de la palabra: lugares legalmente protegidos de toda invasión, intrusión, manipulación o negociación humana. Nuestro Código Penal tipifica 3 delitos en los que se entiende violada la santidad de los muertos y cementerios: inhumación ilegal; violación de sepulcros o sepulturas, buscando directamente faltar al respeto debido a la memoria de los muertos; y exhumación o traslado de restos humanos con infracción de reglamentos y disposiciones de sanidad. Las penas pueden oscilar entre 61 días y 3 años de reclusión, además de multa entre 6 y 10 unidades tributarias mensuales. Conocida y universal es la prohibición absoluta de comercializar órganos, partes o restos humanos. Ni en vida ni en muerte se acepta, en el mundo, que el cuerpo de un ser humano sea de libre disponibilidad. El célebre cuento del Decamerón, en el que un senador romano legó todas sus riquezas a quien estuviera dispuesto a comer en crudo su cadáver, es una fina ironía sobre la insaciable codicia humana: no faltaron, en el cuento, los "expertos" que recordaron evidencias permisivas de tan repugnante antropofagia. Pero bien sabían, los romanos, que tal acto de voluntad estaba viciado por ilicitud de su objeto y causa. Más allá de credos religiosos, un sentir universal concuerda en la santidad innegociable e indisponible de los cuerpos humanos, vivos o muertos. Y lo que vale de cuerpos sepultados vale igual de cuerpos cremados. Sus cenizas son el residuo del fuego que los extinguió. Pero el fuego del amor divino las llamará a la Vida eterna.

Gracias al Papa Francisco por recordarnos la santidad perenne del cuerpo del hombre, y del lugar o estado en que espera despertar de su sueño.

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