¿En qué minuto nuestro sistema político se convirtió en un caos? La respuesta no corresponde a un hecho aislado, sino a una suma de decisiones que terminaron debilitando la estabilidad política y la confianza ciudadana. Uno de los hitos clave fue el año 2015, cuando cambiamos el sistema binominal por el sistema proporcional, conocido como D’Hondt. El discurso en ese momento estuvo centrado en la importancia de aumentar la representatividad, sacrificando gobernabilidad. Esto finalmente ocurrió, con efectos negativos predecibles.
Esas decisiones que se adoptaron, implican que hoy enfrentemos tres grandes problemas en el sistema político: partidos políticos poco representativos, parlamentarios electos con bajísimo respaldo, y un Congreso fragmentado, incapaz de generar consensos estables. ¿La evidencia? En 2013 había en promedio 7 partidos; en 2024, son 25. En 2017, 32 diputados fueron electos con menos del 5% de los votos; en 2021, esa cifra subió a 47. Y la confianza en el Congreso, que era del 24% en 2015, cayó a 17% en 2023.
“Nuestro sistema no representa: atomiza. Cada elección suma más listas de papel, micropartidos, caudillos de temporada y pactos oportunistas”.
Nuestro sistema no representa: atomiza. Cada elección suma más listas de papel, micropartidos, caudillos de temporada y pactos oportunistas. El resultado: leyes incoherentes, mayorías artificiales, y Gobiernos que negocian con una decena de “bisagras parlamentarias” sin visión común.
Por eso es urgente una reforma. En 2024, el Senado comenzó a debatir un umbral mínimo de representatividad: exigir al menos un 5% de los votos (u 8 parlamentarios) para que un partido tenga presencia en el Congreso. Se está discutiendo bajar ese umbral a un 4% para la elección de este año, lo que representa un avance, porque hoy el Congreso se ha convertido en un refugio de figuras sin partido y en una vitrina de egos más que de ideas.
La paradoja es que, mientras el Senado avanza, la Cámara de Diputados se resiste. ¿Por qué? Porque el umbral afecta directamente a muchos de sus integrantes. Si hubiera regido en la elección pasada, varios no habrían llegado al Congreso. Así, se termina anteponiendo el cálculo personal al bien común.
Incluso el propio Presidente Boric, quien en junio de 2024 calificó como “necesaria” una reforma para evitar la fragmentación, se abstuvo meses después de apoyar activamente la propuesta en el Congreso. ¿Dónde queda entonces el compromiso con una democracia más robusta? ¿Es solo un discurso? Así queda de manifiesto, al menos.
Chile no puede seguir en este modelo disfuncional. El sistema electoral debe ser una herramienta para la eficacia gubernamental, la estabilidad política y un vínculo real entre electores y representantes. No puede seguir siendo el trampolín de proyectos personales ni una franquicia que se activa cada cuatro años.