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De corralitos chipriotas y otros controles

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Los ojos del mundo están sobre esta pequeña isla que ingresó a la zona euro el 2008: Chipre es el cuarto país que recibe un rescate. Se acordó una ayuda de 10.000 millones de euros, bastante menos que en Grecia, Irlanda y Portugal. Es el quinto en recibir ayuda, contando los 100.000 millones de euros para bancos españoles. No obstante, el monto por persona es 11.600 euros, mientras que en Grecia fue de 21.800 euros y de 7.400 euros en Portugal (The Economist, 30 de marzo 2013).

Chipre depende fuertemente de los servicios, en especial turismo y banca. Esta última es de grandes dimensiones, con depósitos por ocho veces el PIB, en su mayoría extranjeros, sobre todo rusos. La deuda pública a PIB bordea 120%. El rescate se decidió previo a elecciones en Alemania, lo que hace que la disposición de la Unión Europea a seguir aportando, principalmente para sostener depósitos extraeuropeos, sea frágil.

El segundo banco chipriota más importante, el Banco Popular, se liquidará, dividiéndose en un “banco malo” y uno “bueno”. Este último pasará al primer banco, el Banco de Chipre. Las pérdidas para los acreedores se estiman en 40%. Además, Chipre es el primer país de la zona euro que impone controles de capitales. Las expectativas de la caída del producto ya alcanzan los dos dígitos.

Un elemento clave es el impuesto a los depósitos no garantizados. El gobierno debe reducir su déficit y ha agotado otras fuentes, incluyendo privatizaciones y programas sociales. Es la primera vez en esta crisis que los depositantes contribuirán directamente al rescate. Son siempre las personas quienes pagan los costos de las crisis, pero esta política directa al bolsillo de los ahorrantes abre un flanco que ha atemorizado otros países, ha afectado las bolsas, y generará nuevas medidas en el conglomerado.

Las lecciones para Chile son claras. La situación en Chipre nos recuerda que la exposición al riesgo sistémico es real: estamos conectados y cada día descubrimos que ello es más complejo de lo pensado. Nos recuerda también que la crisis está lejos de terminar y que el valor del Euro depende de sus espaldas fiscales.

Chile debe aprender estas lecciones y no perder el rumbo hacia mejoras de competitividad de largo plazo y mayor equidad para avanzar sostenidamente en un mundo incierto.

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