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¿Dónde están nuestros unicornios?

Rafael Ariztía Socio MFO Advisors

Por: Rafael Ariztía | Publicado: Lunes 6 de noviembre de 2017 a las 04:00 hrs.
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Rafael Ariztía

No se preocupe, el título de la columna no se refiere a los seres mitológicos, sino al término que en el mundo de los negocios describe a empresas emergentes, que al corto andar y antes de abrirse a la bolsa, alcanzan valorizaciones mayores a US$ 1.000 millones. Compañías muy conocidas y otras no tanto, como Uber, Dropbox o WeWork, que están generando disrupción basada en tecnología en cada una de sus industrias.

Algo lejano a nuestro país, se podría pensar, si no fuera porque el último unicornio en abrirse a la bolsa de Nueva York fue una empresa argentina que opera en Latinoamérica. A fines de septiembre Despegar.com, fundada y dirigida desde Buenos Aires, se transformó en el tercer unicornio argentino, después de Mercado Libre y Globant, debutando con una valorización en torno a US$ 2.000 millones.

Uno podría ser un caso aislado, dos una coincidencia, pero colocar tres empresas de ese calibre en Wall Street en un plazo de 10 años es algo que debiéramos mirar con curiosidad. En especial cuando esto ha ocurrido con el trasfondo de una economía sumida en gravísimos problemas. Y parece ser, irónicamente, que desde aquí podemos partir con algunas ideas. Como dice el dicho, la necesidad hace al maestro.

Una consecuencia de las múltiples dificultades económicas que Argentina ha padecido durante las últimas décadas es un desbalance crónico entre la cantidad de talento disponible en su población y las oportunidades formales de empleo que ofrece su economía. Lo que durante mucho tiempo se resolvió vía emigración de talento y mucho emprendimiento, a partir de la revolución digital encontró otra alternativa, que los fundadores de estas tres empresas entendieron muy bien. Entendieron que se puede exportar servicios desde Argentina, porque la tecnología está al alcance de todos, el talento y la disposición a trabajar la tienen de sobra localmente, y su historia les ha enseñado que para ser grandes y subsistir hay que tener una vocación global y no depender de Argentina.

¿Y nuestros unicornios? Irónicamente, pareciera que la mayor estabilidad económica de nuestro país ha retardado nuestro espíritu emprendedor y nuestra capacidad para mirar más allá de las fronteras. Alternativas de empleo muy competitivas han competido contra opciones de emprender y, lejos de exportar “cerebros”, más bien los hemos importado. A esto se suma que las empresas locales no tienen la cultura de comprar startups para atraer talento e innovación, cuestión que es la base de los ecosistemas de emprendimiento en mercados desarrollados.

Pero pese a lo anterior, no hay realmente atributos especiales que hagan imposible el surgimiento de grandes empresas basadas en tecnología desde Chile. Quizás nuestro mayor déficit está en dos ámbitos: por un lado, un sesgo localista que impide proyectar modelos de negocio que funcionen regionalmente y, en segundo lugar, una creciente incapacidad para realzar como corresponde los escasos casos de éxito que tenemos. Empresas notables como ArcDaily o Cristal Lagoons están liderando mercados a nivel mundial, pero son bastante desconocidas a nivel local. Por el contrario, últimamente hemos padecido un nefasto discursillo contrario a las empresas y empresarios, que no son otra cosa que emprendimientos y emprendedores que pasaron las incertidumbres iniciales y tuvieron éxito. Resaltar y reconocer esos casos es fundamental para que cada vez haya más que se atrevan.

Pero como en todo ámbito de cosas, Chile ha venido cambiando y lo seguirá haciendo. El ecosistema de creación de empresas es mucho más profundo hoy que hace 10 años y esto hace que las empresas empiecen a tener competencia por talento. Quizás esto las lleve en el futuro a empezar a “comprar innovación” vía emprendimientos, lo que daría un impulso fundamental al ecosistema. Y desde la perspectiva de la política pública tenemos el desafío fundamental de facilitar la entrada de nuevos actores dando un empuje decidido a favor de la competencia en todos los mercados, lo que muchas veces implica reducir regulaciones que defienden más a las empresas dominantes que a los consumidores.

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