Columnistas

El Estado y la tolerancia

La historia del siglo XX ha estado marcada por grandes avances tecnológicos y por un desarrollo nunca antes visto, pero también por intolerancias, guerras y discriminaciones.

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La historia del siglo XX ha estado marcada por grandes avances tecnológicos y por un desarrollo nunca antes visto, pero también por intolerancias, guerras y discriminaciones. En 1948, las leyes sudafricanas respaldaban la segregación racial entre blancos y negros con el Apartheid; a lo largo de la Segunda Guerra Mundial los nazis persiguieron y mataron a más de seis millones de judíos por el solo hecho de ser judíos. En este siglo que recién comienza, hace unas semanas el ministro para las minorías religiosas de Pakistán, Shahbaz Bhatti -católico-, fue asesinado a balazos por su oposición a la Ley de Blasfemia; en China ni hablar de las persecuciones a los cristianos.

Hoy en Francia, aunque sorprenda, los papás musulmanes prefieren colegios católicos para sus hijos antes que los estatales, y se calcula que 10% de los estudiantes de escuelas católicas son musulmanes y es un número que va en aumento debido a que estos buscan un ambiente en el que la espiritualidad y la tolerancia sean siempre respetados. Hoy la Iglesia Católica es más tolerante con el Islam que el mismo Estado francés.

Existen muchas razones para defender el derecho a vestir, vivir y pensar como se quiera -siempre que no atente contra la moral y las buenas costumbres-, entre las que destacan principalmente la libertad de conciencia y religiosa. La libertad de conciencia es el derecho a pensar o creer lo que se quiera. De poder elegir libremente la religión que se prefiera (o de no elegir ninguna).

La libertad religiosa es el derecho de adorar externamente a Dios como cada uno lo estime. Es exteriorizar la libertad de conciencia a través de la libre expresión, como puede ser portar un crucifijo, rezar a la Meca o usar el velo islámico, siempre y cuando no pase a llevar su libertad ni dignidad.

En Francia antes se prohibió poner imágenes religiosas en las salas de clases, por ejemplo, hasta decirle a la persona misma qué es lo que debe y qué no debe hacer, y hoy las decisiones públicas afectan a otros credos. Cualquier intromisión del Estado en este ámbito tan personal de nuestras vidas tiene grandes posibilidades de convertirse simplemente en una violencia contra la persona y su libertad.

La detención de una mujer en las calles de París, hace tan sólo algunos días, por portar el velo islámico es un claro ejemplo de lo que hablamos. Un atentado contra la libertad de conciencia y la religiosa, la libre expresión y los derechos humanos.

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