Las medidas comerciales que impone, y luego pospone, el residente de la Casa Blanca, están creando una gran inestabilidad en los mercados y no se ve que ésta vaya a decrecer en los años venideros.
Se ha tratado de medir en cuánto puede afectar a nuestras exportaciones un arancel de 10%. No es un cálculo directo y se requiere de mucha información para afinarlo. Entre otras cosas, deberíamos saber quiénes son nuestros competidores en el mercado estadounidense y qué nivel de tarifas terminarán enfrentando.
“El verdadero riesgo que enfrentamos en Chile es convertirnos en uno de los vertederos hacia el que se dirigirán las exportaciones de otros países que no puedan entrar en EEUU por enfrentar altísimos aranceles. Esos precios no solo serán más bajos que los de hoy, sino que tendrán fluctuaciones impredecibles”.
Poco se ha hablado, en cambio, sobre cómo se verán afectadas nuestras importaciones y las industrias nacionales que compiten con ellas.
Chile ha sido un país abierto al comercio internacional y esa es la mejor política que puede tener un país tan pequeño y distanciado de los principales mercados mundiales. Además, la adopción de un arancel parejo para todos los productos aísla la política comercial de los intereses sectoriales, que siempre presionarán por más protección. Pero otra cosa es enfrentar la presente inestabilidad con las mismas herramientas que adoptamos cuando el mundo se encaminaba a ser cada vez más integrado a través del intercambio.
La guerra comercial recién desatada será muy disruptiva para la economía chilena, incluso si nuestras autoridades son exitosas en recordarle a su contraparte en Washington que somos un ejemplo regional y que tenemos un acuerdo de arancel cero que debe ser respetado.
Ello porque el verdadero riesgo que enfrentamos es convertirnos en uno de los vertederos hacia el que se dirigirán las exportaciones de otros países que no puedan entrar en Estados Unidos por enfrentar altísimos aranceles. Esos precios no solo serán más bajos que los de hoy, sino que tendrán fluctuaciones impredecibles con la consecuente inestabilidad en las señales económicas internas.
Es ahora cuando tenemos que revisar las políticas que se hicieron en el marco de otras realidades. Porque no solo tenemos aranceles bajísimos e iguales a cero con los países que mantenemos acuerdos, sino que tenemos un sistema de protección muy débil para enfrentar cambios abruptos en las condiciones del mercado internacional.
También por temor a nuestros propios impulsos proteccionistas, decidimos hace décadas tener sistemas de tarifas antidumping, tarifas compensatorias de subsidios y salvaguardias que dan mucho menos protección que lo permitido por la misma Organización Mundial de Comercio. Si un socio comercial nos está vendiendo bajo su costo (dumping) o si su exportación está subsidiada, nuestra ley permite que Chile imponga una tarifa durante un año, la que no se puede prorrogar, aunque las condiciones sean las mismas, sin antes terminar otro proceso de investigación; mientras que la OMC permite que ese arancel se mantenga cinco años y son prorrogables sin limitaciones.
Lo mismo sucede si hay un aumento abrupto de las importaciones que en Chile se pueden ralentizar con una tarifa, llamada de salvaguardia, que podrá regir por dos años como máximo, prorrogables por una vez; estas tarifas son permitidas por la OMC por cuatro años, prorrogable por igual período.
Obviamente, no estaría proponiendo fortalecer nuestras armas de protección si los cambios en el escenario internacional fuesen permanentes, caso en el cual no queda alternativa que adaptarnos a la nueva realidad. Lo que se quiere evitar es que sectores productivos clave en nuestra economía desaparezcan porque no pueden absorber la inestabilidad de los precios que se forman en el medio de una guerra comercial, pero que en el largo plazo son viables y sustentables.