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Hablemos de política en la mesa

Tomás Sánchez V. Autor Public Inc., investigador Asociado, Horizontal

Por: Tomás Sánchez V. | Publicado: Jueves 2 de marzo de 2023 a las 04:00 hrs.
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Tomás Sánchez V.

La triste foto de militares custodiando la frontera chilena es la constatación del fracaso de Latinoamérica. Tanto en la capacidad de sus Estados para propiciar sociedades prósperas y virtuosas, como en su asociación y diálogo entre ellos para coordinarse y resolver problemas comunes.

El encarcelamiento masivo de El Salvador podrá ser popular, y las emociones empujarán a más de uno a aplaudir desde lejos la mano dura. Sin embargo, Bukele lo único que está validando es el autoritarismo por sobre la norma constitucional. El principio de que quien vence por las armas o las urnas tiene el derecho moral a oprimir, denigrar y, eventualmente, destruir a su adversario. Sin oportunidad de rehabilitación, miles de prisioneros sin juicio son tratados como animales, condenando no sólo sus vidas, sino que también garantizando el resentimiento de todas sus familias. Germen imbatible para polarizar una sociedad durante toda una generación. Esa historia ya la conocemos.

“La democracia liberal es una cultura que defiende la convivencia respetuosa de mayorías con minorías, una sociedad donde se puede disentir sin atacar y donde cada uno puede perseguir libremente su proyecto de vida”.

En México, después de varios arranques demagógicos, Andrés Manuel López Obrador se puso los pantalones largos para intentar intervenir el Instituto Nacional de Elecciones, buscando reducir sus atribuciones y presupuesto, en un claro gesto autoritario. Probablemente con ideas similares a sus colegas Evo Morales, Daniel Ortega y Hugo Chávez, quienes “desde dentro” asaltaron sus democracias. Mirando con perspectiva, resulta menos extraño que el mandatario mexicano haya sido uno de los pocos líderes mundiales en no reconocer inmediatamente la victoria de Biden sobre Trump luego de las últimas elecciones de EEUU, tomándose casi una semana.

Ejemplos sobran, y sobre todo en nuestro subcontinente. Sin embargo, cuando recordamos que el totalitarismo prevalece en China, la segunda economía del planeta, con un 16% del PIB mundial; la decadencia democrática de Rusia y Turquía, sexta y séptima economías de “Europa”; y cómo incluso Estados Unidos ya debutó en el club de países con presidentes que intentan gobernar con decretos más que con el Congreso, tenemos que tomarnos la defensa de democracia en serio.

Lo anterior pasa por construir una cultura que valore la construcción de una sociedad sobre sus diferencias, y no buscando destruir a su adversario. Una que sea capaz de hilar fino a la hora de entender los problemas, y no reducir todo a la casuística de la vivencia individual. Una sociedad donde se es capaz de disentir sin atacar, y donde se puede empatizar genuinamente con la premisa ideológica de quien está al frente. Es una cultura que defiende la democracia liberal, como convivencia respetuosa de mayorías con minorías, donde cada uno puede perseguir libremente su proyecto de vida.

Esa sociedad no está en Twitter: está en la mesa. En la sobremesa de los domingos, en la barra donde se apoyan unas cervezas y en el escritorio que sostiene un par de cafés. Está en la capacidad de hablar con paciencia para que nuestras convicciones vehementes no interrumpan la opinión legítima de una amiga. Está en dejarse sorprender con un par de datos que matan ese cómodo relato. Está en buscar evidencia, y no sólo ejemplos que me dan la razón. Está en poner en valor el diálogo como método para entendernos, ceder y darle formas a mejores soluciones.

Si no partimos por casa, no pidamos a los políticos que lo hagan por nosotros. Aprendamos a hablar de política en la mesa.

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