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Las debilidades de los jefes pueden ser muy entretenidas

Pilita Clark

Por: Pilita Clark | Publicado: Lunes 27 de febrero de 2023 a las 04:00 hrs.
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Pilita Clark

La semana pasada, Sally Mapstone fue expuesta por romper una gran regla no escrita sobre cómo debe comportarse un jefe moderno.

La directora de la Universidad de St. Andrews, de Escocia, ha dejado en claro que su equipo nunca debe escribir un correo electrónico que comience con “Espero que te encuentres bien” o termine con “Espero que esto ayude”. Tampoco deberían venir a trabajar vestidos de pana, informó el Sunday Times.

Este tipo de microgestión está muy pasado de moda. Los ejecutivos de hoy rara vez son recompensados por ser descaradamente críticos. Sin embargo, la historia me recordó por qué me divierten los jefes con tales tendencias.

“Un lugar de trabajo libre de excentricidades de los gerentes sería muy aburrido”.

Debo decir que nunca he tenido un trabajo en una empresa como Mars, que espera que los gerentes prueben la comida para perros antes de que salga de la fábrica para asegurarse de que esté a la altura.

Tampoco he trabajado para nadie como J. Edgar Hoover. El exjefe del FBI estaba, entre otras cosas, tan obsesionado con el peso de sus agentes, que ordenó mediciones de peso obligatorios y supervisaba personalmente a los infractores regordetes mientras subían a la báscula.

Probablemente fue peor en Royal Bank of Scotland bajo el exjefe del prestamista, Fred Goodwin. Según los informes, durante su temible reinado, el personal de catering fue reprendido una vez por traer galletas de color rosa prohibidas con el té de la tarde de los ejecutivos.

Aun así, algunas excentricidades gerenciales tienen beneficios, especialmente cuando se trata de comunicarse con claridad. Cuando Thérèse Coffey fue brevemente secretaria de salud del Reino Unido el año pasado, causó un pequeño revuelo con un correo electrónico que le aconsejaba al personal que evitara el uso de jerga, doble negación y comas de Oxford. Puede que haya ido demasiado lejos con el tema de la coma, pero su guerra contra las tonterías fue admirable.

Del mismo modo, Dominic Raab, viceprimer ministro del Reino Unido, pide a los funcionarios públicos que limiten las presentaciones que le envían a sólo tres o cuatro caras de papel A4, a menos que haya una buena razón para alargarlas.

Esta noticia ha surgido en medio de afirmaciones de que Raab intimida al personal, lo cual él niega. La intimidación es obviamente intolerable, pero no hay nada de malo en animar al personal a escribir con nitidez sin tonterías innecesarias.

Hay algo más acerca de las peculiaridades de un jefe. Si son inofensivas, pueden humanizar a un gerente y tener un agradable efecto unificador en el personal. Una vez trabajé para un editor que causó mucha intriga en la oficina al no ocultar su disgusto por las barbas, una tendencia que resultó compartir con Dick Fuld, el ex director de Lehman Brothers.

Los amigos que conocen a Tyler Brûlé, fundador del grupo mediático Monocle, han quedado igualmente fascinados por su aversión a chaquetas colgadas en el respaldo de las sillas y a los bolígrafos verdes.

Lo mismo ocurre con la ex editora de la revista Tatler, Kate Reardon, cuya devoción por los escritorios ordenados era tan intensa que al personal se le ha alentado a retirar todo de sus escritorios —desde las bandejas de entrada hasta los portalápices— al final de cada día. “Tengo aversión a las oficinas que se parecen al dormitorio de un adolescente”, me dijo Reardon la semana pasada.

Con respecto a los pronunciamientos de Mapstone en St. Andrews, éstos fueron expuestos cuando a principios de este mes, un profesor de la universidad que cuestionó la estrategia militar de Rusia en Ucrania sospechó que algo no estaba bien cuando recibió un correo electrónico de un colega que comenzaba con el detestado saludo de Mapstone.

El correo resultó ser falso y si el profesor hubiera abierto un archivo adjunto que contenía, podría haber sido pirateado por personas que se creía que tenían vínculos con los servicios de inteligencia rusos.

Cuando hablé con Mapstone el otro día, dijo que nunca había emitido un edicto formal sobre correos electrónicos o pana a sus compañeros académicos, quienes sabía que eran “enormemente contra-sugeribles como grupo”.

Pero ella había dejado clara su opinión sobre las convenciones de correo electrónico irritantemente redundantes en sus conversaciones, así como en un discurso de graduación de 2018.

Y había revelado que tenía “una violenta aversión a la pana” en un discurso que pronunció después de unirse a St. Andrews desde la Universidad de Oxford en 2016. El material era “antihigiénico”, “generalmente mal ajustado” y “debería desaconsejarse como forma de vestir”, me dijo. “Connota una especie de amateurismo gentil y descuidado que es un retroceso a una generación anterior”.

No puedo pretender tener sentimientos profundos sobre la pana, las barbas o los dobles negativos. Pero el mundo sería un lugar mucho más aburrido si todos los jefes que albergan tales pasiones nunca pudieran expresarlas.

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