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Lo que nos jugamos en 2013

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2013 no será sólo otro año más en el calendario, y más vale que lo tengamos claro desde un principio. Los últimos años han sido determinantes para las definiciones de mediano y largo plazo. En los noventa concluimos la implementación de un exitoso modelo macroeconómico, que en ese entonces tenía por lejano objetivo convertirnos en un país de ingresos medios-altos, resistente a shocks externos y que miraba con envidia a “clubes” como la OECD. Hoy, Chile no sólo es miembro activo de ese grupo de países, sino que ha conseguido crecer a tasas excepcionalmente altas, generando empleo y aumentando el nivel de ingreso medio de sus habitantes, incluso durante una de las mayores crisis globales que ha afectado a las grandes economías del mundo. Y a partir de 2000, las fuerzas se enfocaron en repensar el rol del Estado como garante de ciertas prestaciones sociales básicas, y como regulador de mercados imperfectos o poco competitivos. Nacieron entonces políticas públicas en áreas como la salud y previsión, donde se extendieron garantías a la población, que hoy nadie cuestiona. Se crearon, a la vez, sistemas para proteger los derechos de los consumidores y regular ciertos monopolios naturales. El rol del Estado quedó bien plasmado y definido: se involucró en aquello que era considerado vital para garantizar derechos de la sociedad y se retiró de ciertas actividades productivas donde habría terminado por crear un déficit de inversión, como en infraestructura, donde su mejor rol era convertirse en un socio de los privados.



Sin embargo, el éxito del conjunto de políticas microeconómicas o sectoriales no ha sido tan irrefutable como el del modelo macro, y es justamente en esta cancha en donde Chile se juega el resultado de 2013. Lo acontecido en años recientes es una demostración que el modelo, en su conjunto, ha mostrado señales de fatiga.

Tomemos, por ejemplo, la tragedia de la educación como la punta del iceberg en un proceso mucho más dañino y peligroso para el futuro de Chile, que ha demostrado no sólo la falla del sector público como proveedor de un servicio básico, sino también que el mercado privado mostró una brutal falta de madurez y visión de sostenibilidad de mediano plazo de su actividad. Falló también la regulación por parte del Estado, como quedó demostrado en el caso de la Universidad del Mar, y al mismo tiempo se levantaron viejas dudas sobre la verdadera vocación de los privados en proyectos donde la rentabilidad social es más importante que la económica.

Así, ¿qué nos jugamos 2013? Nos jugamos una visión de país. En un año electoral marcado por este cuestionamiento, saldrán a flote las tentaciones populistas desde todos los sectores políticos para prometer una solución mágica y de corto plazo y este es justamente el riesgo de equivocarnos y leer en forma errónea las instrucciones del juego.

La solución que requiere Chile es uno que ponga sus objetivos no a cuatro años plazo, sino a diez o a veinte. Que se pregunte en forma muy seria qué tipo de país queremos ser, y cuya respuesta se materialice en la misma forma.

Afortunadamente, tenemos muchos grados de libertad adquiridos gracias a nuestra fortaleza macroeconómica. Hay que aprovechar esos cimientos para cuestionarse y replantearnos cosas tan básicas como el nuevo rol del Estado, la colaboración público-privada, la responsabilidad del sector productivo, los deberes ciudadanos, y la urgente renovación política. Si no lo hacemos, seguiremos funcionando bajo las mismas reglas de siempre, en un juego que ya se transforma en una rutinaria forma de responder a las nuevas necesidades sociales. No somos los mismos de hace 20 ó 30 años, ni lo serán nuestros hijos o nietos. Si no impulsamos un cambio real, pasaremos a la historia como una generación que tuvo las oportunidades sobre el tablero, tuvo la opción de poner sobre la mesa sus cartas ganadoras, pero simplemente… no dio el ancho, y habremos pecado (nuevamente) de egoístas y cortoplacistas.

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