Lucy Kellaway

Los desayunos con trampa son una mala estrategia para elegir personalL

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Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 7 de marzo de 2016 a las 04:00 hrs.
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Cuando Walt Bettinger, jefe ejecutivo de Charles Schwab, piensa contratar a alguien, lo invita a desayunar. Llega temprano, habla con el camarero, le da una generosa propina y le pide que cambie la orden de su invitado. Entonces se sienta a ver la reacción del candidato.

“Eso me ayuda a comprender cómo enfrentará la adversidad”, dijo recientemente al New York Times. “¿Se sienten molestos, frustrados o son comprensivos? La vida es así, y los negocios son así. Es simplemente otra manera de ver dentro de su corazón en vez de su cabeza”.

Ya que él no revela cómo le gusta que reaccionen sus entrevistados cuando reciben huevos revueltos en vez de escalfados, he tratado de deducirlo yo misma. Cuando los candidatos reciben la orden equivocada en silencio, ¿quiere decir que son débiles o cobardes? ¿O sugiere que son pragmáticos y les importa más conseguir un buen trabajo que un buen desayuno?

Por otra parte, quizás los huevos revueltos lucían tan deliciosos que ya no querían los escalfados.

Aunque esta prueba es una malísima forma de mirar dentro del corazón de los candidatos a un puesto, nos ofrece un vistazo dentro del corazón del propio Bettinger. No sólo se trata de una trampa de mala fe, sino que está en oposición al modelo de negocio de Charles Schwab, basado en honestidad y transparencia. Ponerla en práctica está mal, pero jactarse de ella es cosa de locos.

Cualquier CEO que le dice a los periodistas que ha hallado la “bala de plata” de las entrevistas está hablando tonterías, ya que no hay tal cosa. Mark Zuckerberg ha insistido recientemente en que él sólo contrata a personas que quisiera tener como sus jefes. Suena deliciosamente humilde de boca de un magnate de 31 años, pero no lo creo por un minuto.

Facebook emplea a 13.000 personas, y si Zuckerberg se sintiera feliz trabajando para cada una de ellas, eso le daría una preocupante falta de perspicacia. Aún si yo le creyera, su prueba no es una buena forma de contratar. Una empresa en que todo el mundo quiere ser jefe no funciona.

No obstante, un aspecto del método de Bettinger da en el clavo: invitar a los candidatos a un restaurante, aunque escogió la comida equivocada. El desayuno es demasiado temprano y no muy agradable. El almuerzo es la mejor opción.

Durante los últimos 20 años he conducido entrevistas en restaurantes para la serie, Almuerzo con Financial Times. Durante ese tiempo he hecho otras entrevistas sin almuerzo y puedo confirmar que el primero es invariablemente un método mejor.

Esto se debe en parte a las pistas circunstanciales que da una comida. ¿Es amable la persona con el camarero? ¿Qué piden? ¿Son decididos? ¿Codiciosos? ¿Saben usar tenedor y cuchillo?

Aún más, el almuerzo tiene la ventaja de que exige charlas triviales, que es una mejor manera de llegar a conocer a alguien que hablando de cosas serias. La conversación seria de una entrevista normal tiene una falla enorme: puede ser fácilmente manipulada.

Las preguntas estándares sobre fortalezas y debilidas —igual que las preguntas pseudo inteligentes de Goldman Sachs sobre cómo escapar de una licuadora si uno fuera del tamaño de un lápiz— se prestan a respuestas preconcebidas.

Aún la supuestamente reveladora pregunta favorita de Miranda Kalinowski, directora de contratación de Facebook —¿En su mejor día de trabajo, que fue lo que usted hizo?— es suficientemente amplia como para que uno pueda fingir ser alguien que no es.

Si a mí me preguntaran eso, no diría nada sobre el gran día que tuve recientemente, que incluyó un largo almuerzo lleno de chismes con un colega, muchos elogios y poco trabajo. En vez de eso, inventaría un día durante el cual se me ocurrió una idea genial, y estuve sudando tinta para implementarla.

La charla trivial, en cambio, no admite manipulación, porque parece demasiado pequeña y azarosa para prestarle atención. Sin embargo es a través de esta charla incidental y sin dirección que frecuentemente logramos un mejor vistazo de una persona, en su mente y su corazón.

Cuando entrevisté al escritor Jonathan Frazen recientemente le hice grandes preguntas de las cuales recibí predecibles grandes respuestas. Pero cuando comenzamos a hablar de proyectos domésticos se le escapó que acababa de pintar un cuarto en su casa el mismo –porque no puede soportar pagarle a alguien por trabajar para él– y que no quedó satisfecho hasta que le aplicó cuatro capas de pintura.

Sobre todo hay algo que nivela las cosas en el curioso proceso de masticar y tragar juntos; es más fácil decidir si te gusta un candidato cuando comes con él que en un salón de entrevistas.

No estoy sugiriendo que todo lo que se necesita es compartir una comida. La contratación es difícil; la evidencia sugiere que las empresas que lo hacen más a fondo tienden a tomar mejores decisiones. Lo único que digo es que al final del proceso, el almuerzo debería ser el último plato.

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