Soberanía energética: lecciones de un apagón
MARÍA PÍA AQUEVEQUE Directora de empresas, experta internacional en activos digitales
El reciente apagón que dejó sin electricidad a España -y parte de Portugal- no fue simplemente una falla técnica. Fue un recordatorio de que nuestras redes eléctricas, aunque más limpias que nunca, siguen siendo vulnerables. Y, también, de que la soberanía energética, en un mundo cada vez más interconectado y digitalizado, ya no puede sostenerse exclusivamente desde el control centralizado. Hoy, es una responsabilidad compartida entre Estados, empresas y ciudadanos.
España ha liderado la transición hacia energías limpias, pero su red sigue siendo centralizada. Y a esto se suma una baja interconexión con Europa, lo que limita su capacidad de absorber o exportar excedentes energéticos en momentos críticos. El apagón del 28 de abril develó esta fragilidad. El fondo del problema es estructural: una red diseñada para flujos unidireccionales, no para un sistema flexible, bidireccional y digitalmente gestionado. En este contexto, la descentralización energética no es una opción futurista, sino una necesidad urgente. Jeremy Rifkin ha sido uno de sus principales defensores, proponiendo un modelo donde comunidades, empresas y hogares sean “prosumidores”: generadores y consumidores activos de energía, conectados a través de microrredes inteligentes.
“La descentralización puede ser una vía de resiliencia y equidad energética. Pero requiere visión de largo plazo, inversión tecnológica y marcos regulatorios actualizados”.
Australia ya lo está implementando. Se proyecta que su mercado de microrredes pasará de US$ 1.400 millones en 2023 a US$ 4.500 millones en 2030. Estas redes descentralizadas son clave en zonas remotas, donde mejoran la confiabilidad del suministro y permiten una integración más eficiente de energías renovables. En momentos de crisis climáticas o fallas masivas, han mostrado mayor capacidad de adaptación que los sistemas tradicionales.
Pero descentralizar sin modernizar la infraestructura sería un error estratégico. Las redes deben volverse inteligentes, interoperables y ciberseguras. Se necesitan sensores, almacenamiento distribuido, gestión algorítmica y capacidad de respuesta en tiempo real. Hoy, el sistema español no está completamente preparado, aunque el crecimiento del autoconsumo fotovoltaico y las primeras comunidades energéticas sugieren un camino posible.
Para América Latina -y en particular para Chile- esta evolución ofrece lecciones cruciales. Con una geografía diversa, alta penetración renovable y comunidades aisladas, la descentralización puede ser una vía para aumentar resiliencia y equidad energética. Pero requiere visión de largo plazo, inversión tecnológica y marcos regulatorios actualizados. Como advierte Mariana Mazzucato, los grandes desafíos del siglo XXI no se resuelven con mercados desregulados ni con estados cerrados, sino con colaboración estratégica. La soberanía energética del futuro será compartida, o simplemente no será.
El apagón no fue solo un fallo de ingeniería: fue una advertencia. Y una invitación a actuar con inteligencia antes de que la próxima oscuridad nos vuelva a tomar por sorpresa.