Mundos opuestos
Si hay un producto televisivo que capta mágicamente...
- T+
- T-
Si hay un producto televisivo que capta mágicamente la atención, son los reality. Casi comprensible. Se trata de gente común y corriente, que vive -o pretende vivir- lo que vive el ciudadano de a pie, o sea quien está frente al televisor. Se viven ahí lo que cualquiera podría vivir, o le gustaría vivir. El efecto cuasiadictivo se genera automáticamente. La curiosidad es el motor que mantiene atento a cada movimiento o gesto de los participantes ¿Qué hubiese hecho yo en esa situación? Los sentimientos se simplifican: odio, aprecio, rechazo, simpatía. No hay matices. No puede haberlos sino, el proyecto fracasa.
Este verano, un canal le puso el cascabel al gato con un proyecto curioso: 22 participantes - 10 conocidos y 12 novatos – se aislaron en un recinto para vivir dos realidades paralelas pero contrapuestas. En simple: dos grupos, uno viviendo “la vida del futuro” y el otro “la vida del pasado”. Los dos mundos separados por un muro de vidrio, donde ambos grupos pueden ver las acciones del otro. Cada cierto tiempo los participantes se juntan en un patio común: el “presente”. Los participantes compiten en diversas pruebas para determinar qué grupo vivirá en el pasado y cuál en el presente, y determinar quiénes serán eliminados de la competencia.
Pero la realidad no es así. Aunque muchos sueñan despiertos pensando en que, al cruzar el umbral de una puerta, se encontrarán en ese otro mundo que alimentan en su imaginación. No hay mayor competencia que contra uno mismo. Y por lo demás, la vida no es una “competencia”, en que unos tengan que vencer a otros. La realidad, para abordarla bien y con éxito, supone integrar al otro, hacerlo partícipe de mis éxitos.
Y en eso, la fantasía de un reality nunca logrará captar “la realidad” tal cual es. Porque la vida mejor vivida, es aquella en que no hay ganadores y perdedores, sino aquella donde todos ganan. Y eso no solo es posible, sino necesario para una vida realmente humana.
Pero nos hemos mal acostumbrado. Una concepción mercantilista de la realidad nos lleva a pensar que el otro no es partner, compañero o amigo, sino competencia, enemigo o adversario. Como en los reality, en que para sobrevivir, otro debe perder. Pero finalmente pierden todos. Porque, cuando ganar es ganar a costa del otro, es lo mismo que fracasar.
El mejor reality es el de la vida real, sin maquillajes ni posturas para la tele. Y será siempre el más apasionante. Y lo será tanto más, cuanto estamos pendientes de tender una mano al otro; a quien tenemos a nuestro lado. Viva su propio reality.