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Columnistas

Propósitos

Padre Raúl Hasbún

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 5 de enero de 2018 a las 04:00 hrs.

Solemos comenzar un año formulando propósitos, es decir, intenciones de hacer o no hacer algo. El propósito es una promesa que uno se hace a sí mismo, a otra persona o a la divinidad, en orden a reformar positivamente la propia conducta. La ascética tradicional trabaja intensamente con el “propósito particular”: las fuerzas del atleta espiritual (en griego, “asketés”) se focalizarán en conquistar una determinada virtud o eliminar un pronunciado defecto, y así adelantar camino hacia la anhelada cumbre de la santidad.

Eso mismo hacen los atletas físicos, proponiéndose ganar o perder peso, tardar menos segundos en llegar a la meta, elevar en centímetros las vallas de salto o garrocha, optimizar la cuota de goles anotados o encajados; mejorar el control orientado del balón, el golpe de cabeza, la destreza con la pierna menos hábil, la concentración y táctica en lanzamientos de pelota muerta.

En el orden personal o profesional, son loables materias de propósito: controlar el detestable vicio de la coprolalia; moderar los ataques de destemplada ira; sellar los labios a la encarnizada devastación de honras ajenas que llamamos “pelambre” –hoy emplazado en el abuso de las redes sociales- ; entrenarse en destacar los aspectos positivos de las personas y acontecimientos; adquirir o reconquistar el saludable hábito de dar gracias por todo y a todos; leer para alimentar el alma; aprender otro idioma; cultivar el aprecio por la buena música; ejercitar sanamente el cuerpo para servir expeditamente al espíritu; estudiar o repasar materias indispensables para el recto ejercicio de la profesión; reformular la dieta para adelgazar o para vivir más y mejor; vencer la adicción al cigarrillo, alcohol u otra droga; llamar o visitar más asiduamente a miembros de la propia familia o antiguos amigos; liberarse de la nomofobia (ansiedad morbosa de vivir pegado al celular); cumplir cada compromiso con la cortesía de los reyes que llamamos puntualidad; conducir el vehículo con la serenidad y seguridad que deseamos cuando otros conducen; asegurar un reposado sueño de al menos 6 horas diarias; diseminar alegría.

Para quien profesa una religión, el propósito se ordenará a mantenerse en conversación con su Dios (eso es la oración); alimentar su fe con sacrificios personales y uniéndose, si es cristiano, al gran sacrificio de Cristo, la Eucaristía; purificar el corazón, pidiendo y dando cada día el perdón como el pan nuestro de cada día; hacer lectura orante de la Sagrada Escritura; incrementar el amor filial a la Virgen Madre de Dios; y, lo principal, estar atento a toda oportunidad de mostrar su fe con obras de justicia y misericordia.

Un propósito fructifica cuando honra esta santa trinidad: concreto en su definición; gradual en su prosecución; claro y fuerte en su motivación. Su motivo, meta y método serán siempre y sólo el amor. Y la clave: “Hágase, Padre, tu voluntad”.

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