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Columnistas

¿Qué hace a un país desarrollado?

Claudio Saavedra

Por: Equipo DF

Publicado: Martes 6 de mayo de 2014 a las 05:00 hrs.

Hemos escuchado demasiado tiempo que el crecimiento económico nos llevará al desarrollo, ese arcoiris que según algunos estamos próximos a alcanzar. Hoy estamos añadiendo otro ingrediente a la esperanza: educación de calidad. Expondré en este breve texto por qué estas ideas son necesarias pero insuficientes para avanzar siquiera al desarrollo. Ni soñar por el momento en alcanzarlo.

Primero, políticos, empresarios y académicos han investido a los economistas de una cierta autoridad comunicacional para guiarnos a la prosperidad. Éstos, sin embargo, han dogmatizado sobre lo que saben medir. Y lo que saben medir no siempre es lo que deben medir. Saben medir cuánto crece el país en dólares per cápita, pero no saben medir la calidad de lo que compra esa inversión. Y aquí aparece una incómoda observación: Chile sigue siendo un país eminentemente campesino. Se cosechan uvas, cobre, peces y árboles. Cuando estas cosechas necesitan máquinas, se recurre a los importadores. Cuando sus empleados necesitan una tele, recurren a la multitienda. Si no la pueden pagar, recurren al crédito. Así, estas actividades suman buena parte del PIB. ¿Así queremos seguir creciendo?
Segundo, la educación de calidad, así como la entendemos, es insuficiente para Chile. La estructura industrial del país no está preparada para recibir a profesionales que no sepan cosechar o vender uvas, cobre, peces, árboles, cosas chinas y créditos. Y nuestras mejores universidades no enseñan otra cosa. Los jóvenes con talento y pasión por la electrónica, la nanotecnología o la energía solar, por dar algunos ejemplos, terminarán desarrollando otro país en otro lugar. La desigualdad continuará, porque a mi parecer tiene un origen en la estructura social de la propia industria chilena.

¿Qué hace a un país desarrollado? Es la novedad y variedad de lo que sus nacionales saben idear, diseñar y materializar para su propio progreso y el progreso del mundo. El mundo les compra, y así retroalimenta más invención y variedad temática para sus empresas y universidades.

Paralelo al crecimiento y educación, Chile merece una segunda revolución industrial. La primera fue la revolución de Corfo en los años 40. El impacto de entonces sería al presente como crear potentes clusters industriales de alta tecnología incluyendo infraestructura, importación de líderes técnicos y creación de nuevas disciplinas universitarias. La revolución industrial de la Corfo fue un desafío del Estado, y no veo a nadie más con capacidad o interés de volver a hacerlo.

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