Editorial

Clima de crispación política

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A lo largo del año el debate político ha progresado con niveles de agresividad que no han pasado inadvertidos. La descalificación y el uso de imágenes que degradan, simplifican y descalifican al adversario abundan, instalando lo que los analistas y algunos líderes más ponderados califican de crispación.

La dinámica no sólo ha sido regular a lo largo del año, sino que a ratos ha escalado a niveles excepcionales que poco ayudan a lo que públicamente todos promueven, a saber, la necesidad de establecer puentes de diálogo y alcanzar acuerdos.

Un dato no menor en este proceso es que quienes compiten por la frase más agresiva son parlamentarios y políticos, actores que forman parte de las instituciones que una reciente encuesta de Gfk Adimark situó como las que producen menos confianza en la ciudadanía, con niveles alarmantes de sólo 3%.
En momentos en que hay un creciente consenso en cuanto a que el país necesita destinar mayores esfuerzos en forjar confianzas y certidumbres, estas declaraciones poco ayudan y más bien anulan los espacios de colaboración.

Demonizar a las empresas, ilustrar con imágenes burdas y simplistas los alcances de lo que se busca con las agendas políticas propias o ajenas y promover descalificaciones personales en nada ayudan a dejar atrás la incertidumbre y compás de espera que han ralentizado abruptamente los planes de inversión de los agentes económicos así como las decisiones de consumo de las personas. En este sentido, tanto por un mejor clima político como por su propia imagen ante los ciudadanos, se echa de menos un mayor cuidado en el lenguaje y capacidad de diálogo de nuestros políticos.

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