Editorial

La crisis de Macri: ¿Argentina resignada?

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n Argentina, la sensación prevalente es que el macrismo fue una oportunidad perdida, lo cual se mezcla con una resignación fatalista a que las cosas difícilmente vayan a mejorar, sea quien sea su sucesor tras la elección presidencial de octubre.

La oportunidad era la del cambio. Mauricio Macri llegó al poder en diciembre de 2015 al frente de una coalición llamada, precisamente, Cambiemos, que se presentó como la cara opuesta del populismo de la era K, prometiendo dar un giro radical a las políticas de ese período, especialmente en el ámbito económico. Fue un mensaje electoral franco que enfatizó que los cambios que requería Argentina, por su número y profundidad, sólo se lograrían haciendo sacrificios. Este sería el precio que el electorado aceptaba pagar por la posibilidad de iniciar una nueva apuesta nacional para salir del subdesarrollo y realizar el histórico potencial de la riqueza nacional.

Esa terapia de shock nunca se puso en práctica, sustituida por un enfoque acotado y gradualista que rápidamente diluyó el ímpetu de la agenda reformista inicial y fue conduciendo al estado de actual de cosas, con un gobierno paralizado por malos indicadores de todo tipo: riesgo país, inflación, pobreza, devaluación, endeudamiento, desempleo, competitividad.

Un panorama que dificulta aun más impulsar los cambios que se requieren y que abona el fatalismo sobre el futuro, como demuestran, por ejemplo, la huida de inversionistas o los sondeos que registran, incluso, más temor a la permanencia de Macri que al retorno de Cristina Fernández.

Salvando las distancias, puede hacerse un paralelo con Chile. El actual también es un gobierno de derecha que llegó a La Moneda con la promesa de reformas estructurales y el respaldo de una amplia mayoría que los analistas no previeron. Como sugiere el caso argentino, el costo de no impulsar con fuerza, o de postergar demasiado, la agenda de cambios que comprometió en las urnas, puede socavar el capital político de una administración y pavimentar el camino (o el retorno) de alternativas peores.

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