Editorial

Lecciones de un default de Venezuela

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En medio de la peor crisis económica de su historia, con una hiperinflación galopante, severa escasez de productos básicos y una abrupta contracción del PIB, el gobierno de Nicolás Maduro, en Venezuela, viene privilegiando desde hace meses el pago a los acreedores internacionales de sus bonos soberanos, por sobre las necesidades de sus habitantes.

Por esta vía, la administración buscaba evitar el fantasma del default que sacudió a Argentina durante la década del 2000 y que hundió a su economía en un profundo aislamiento, dejando al país sin acceso al financiamiento internacional necesario para impulsar la reactivación.

Aunque el cumplimiento de los compromisos internacionales es un principio loable y una actitud muy valorada por los inversionistas, como demostró el caso de Chile en los años ‘80, no es por sí solo una garantía de responsabilidad financiera. Y a la larga, a pesar de la insistencia del gobierno bolivariano en respetar sus obligaciones con los tenedores de sus bonos, el deterioro de la situación interna con el consecuente salto en el riesgo país, sumado a una serie de sanciones internacionales, terminó empujando a Venezuela a un virtual impago.

Caracas decretó recientemente la reestructuración de su deuda soberana e inició ayer una ronda de reuniones con sus acreedores.

El gobierno de Brasil fue el primero en calificar hace algunas horas la situación de Venezuela como un default, enviando una misiva al Club de París.

El desenlace demuestra que el manejo prudente es una condición indispensable para la estabilidad financiera y que la gestión de la economía es una tarea integral, donde los factores internos importan tanto como las variables internacionales.

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