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Columnista

Hacer lo correcto: la integridad como nueva ventaja competitiva

Por Constanza Ossa, socia y gerenta general de Krebs Consulting

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 17 de octubre de 2025 a las 10:00 hrs.

“Hacer lo correcto y hacer lo que hay que hacer es simplemente lo básico”, dijo Dorothy Pérez en su exposición en Enade 2025. La frase, que podría parecer obvia, tiene una fuerza particular cuando proviene de quien encabeza la institución encargada de fiscalizar la probidad pública. Pero lo que más resonó no fue el contenido, sino el contexto: la contralora no habló de grandes reformas ni tecnicismos legales, sino de cultura, de consecuencias y de la necesidad de recuperar la confianza a través de la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Esa idea —que lo básico vuelva a ser intransable— resuena también en el mundo privado. Con crecientes exigencias regulatorias y sociales, las áreas de auditoría y compliance se han convertido en garantes de integridad, aunque a menudo sin el peso suficiente para asegurar que las buenas intenciones se traduzcan en práctica.

En muchas organizaciones los códigos de ética y controles están bien diseñados, pero su aplicación depende más de la cultura que de los procedimientos. La advertencia de Pérez sobre la necesidad de consecuencias y coherencia no solo interpela al Estado: también invita a las empresas a revisar cómo fortalecen su cultura de responsabilidad y el rol de quienes velan por ella.

Su llamado a pasar de un control reactivo a uno preventivo también dialoga con los desafíos corporativos. Habló de cruzar bases de datos para anticiparse a irregularidades; en el mundo privado eso podría traducirse en integrar sistemas de información para detectar fraudes o riesgos. Es el mismo principio de gobernanza aplicada a otra escala: usar datos para cuidar la integridad desde dentro.

Lo más interesante de su discurso no fue técnico, sino moral. Planteó que la integridad no es una carga burocrática sino condición para la sostenibilidad institucional. Esa afirmación interpela al sector privado con fuerza. Las empresas que logran convertir la ética y el control en parte de su estrategia ganan una ventaja competitiva: la confianza. Con inversionistas, consumidores y colaboradores que valoran la coherencia tanto como los resultados, la integridad es capital reputacional.

Como head hunter me parece clave mirar este tema desde el talento. Las áreas de auditoría y compliance enfrentan una demanda creciente y especializada, pero la oferta de profesionales con formación sólida es limitada. A nivel global, estudios muestran que la inversión en estas funciones ha crecido, impulsando perfiles más analíticos y estratégicos.

En Chile, en cambio, estas áreas aún tienen poca visibilidad, la oferta académica especializada es reducida y la formación continua depende casi por completo de programas privados. No sorprende que un 60% de las empresas tenga dificultades para encontrar talento calificado.

El desafío no es solo técnico, sino cultural: lograr que la integridad se valore como una verdadera competencia profesional. Se requiere transformar estas funciones en centros de integridad, con profesionales empoderados, capaces de dialogar con la alta dirección y de integrar la ética en las decisiones del negocio. Para ello se debe invertir en formación continua y en liderazgo. No basta con conocer la norma; se necesita coraje para sostenerla cuando se tensiona.

Pérez insistió en Enade que los valores deben “empujar a líderes empresariales en el camino de hacer lo correcto”. Esa frase podría ser el resumen de toda una política de gestión de personas. Hoy los talentos jóvenes buscan organizaciones con propósito y coherencia. No basta con ofrecer flexibilidad o desarrollo profesional: la legitimidad interna se juega en la congruencia, en cómo se gestionan los conflictos, se reconocen los errores y se toman decisiones difíciles.

En un tiempo donde abundan los discursos sobre propósito, la exposición de Pérez nos recuerda que no hay propósito sostenible sin integridad. Que la ética no se subcontrata ni se terceriza. Y que, tanto en el Estado como en la empresa, las instituciones se fortalecen cuando los liderazgos asumen que la confianza no se pide, se demuestra.

Quizás la mejor síntesis de su mensaje sea el lema de esta Enade: verba et facta, palabras y hechos. Un recordatorio oportuno para todos quienes creemos que la cultura organizacional —y el talento que la encarna— es el verdadero motor de la gobernanza. Porque la credibilidad se juega en ese espacio invisible donde lo correcto deja de ser aspiración y se convierte, otra vez, en lo básico.

 

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