Adiós rector
El mundo académico tradicional, cuya fuente son universidades orientales y occidentales europeas, exige a sus rectores.
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El mundo académico tradicional, cuya fuente son universidades orientales y occidentales europeas, exige a sus rectores. No sólo se trata de una exigencia formativa, sino de unas cualidades humanas que le hagan merecedor de la investidura de “excelentísimo y magnífico” ante sus pares.
“Para ser rector tienes que llevar un carro de compras lleno de libros… todos escritos por ti”, me comentaba un amigo rector de una universidad de más de 500 años en Europa. Anécdotas aparte, esto grafica la exigencia que se les impone a los rectores de universidades públicas y privadas que me ha tocado conocer, donde los patronatos de sus fundaciones son muy exigentes respecto de quien ostenta el cargo. No dejan de sorprenderse cuando verifican que en Latinoamérica -Chile incluido- hay quienes ostentan cargos de rector a veces sin los mínimos méritos de carrera académica, publicaciones, idiomas, experiencia docente o postgrados (en plural).
Quizás por defecto de formación nunca he podido llamar rector a quien no demuestra los mínimos académicos -o intelectuales- que la investidura exige (normalmente no paso de tutearlos). No obstante, en el caso chileno he tenido la suerte de conocer a algunos que a mi juicio, se ganaron el título largamente.
Es el caso de Ernesto Silva Bafalluy. Conocí a Ernesto en España, cuando él llevaba bajo el brazo un pujante proyecto de lo que hoy se ha convertido en una gran universidad: llamó mi atención su coraje y convicción para relacionarse sin timidez con universidades de larga tradición, siempre con gran convicción en su proyecto. Trabamos amistad -de lo que siempre estaré agradecido- y en Chile nos reuníamos a almorzar en el Polo o a conversar un café en su oficina, para discutir sobre sus proyectos y del postgrado. Estoy convencido que ambos valorábamos la demoledora libertad crítica que nos permitía esa amistad sin relación laboral. Su partida, una pérdida. Su paso por nuestras vidas, una ganancia: basta ver los positivos resultados y las obras de sus humanos esfuerzos y convicciones.
En lo privado tuve la suerte de conocerlo y tratarlo por su nombre de pila. En lo público y en el mundo académico siempre le llamé rector: su obra muestra que el título se lo ganó con Magna Cum Laude. Adiós rector.