Columnistas

Choque de civilizaciones

José Antonio Viera-Gallo Embajador de Chile en Argentina

Por: José Antonio Viera-Gallo | Publicado: Miércoles 23 de marzo de 2016 a las 04:00 hrs.
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Cuando terminaba el siglo XX luego de la caída del Muro de Berlín y del comunismo en Occidente, varios intelectuales se aventuraron proyectando el futuro. Fukuyama fue el más leído con su idea del “fin de la historia”: la globalización produciría una expansión ininterrumpida del mercado y de la democracia. Pero sin duda quien puso el dedo en la llaga fue Huntington con su “Choque de civilizaciones”: lejos de imaginar un mundo de paz y progreso, llamó la atención sobre nuevos tipos de conflictos que no tendrían su origen en las ideologías de Occidente sino en la cultura y en su núcleo más duro: la religión. Su idea era que las guerras se producirían principalmente en las áreas de frontera que dividen a las civilizaciones.

A la luz de la crisis que estamos viviendo en el Medio Oriente, de los masivos flujos migratorios y de las acciones violentas de ISIS y otros grupos islámicos integristas, el fiel de balanza tienda dar la razón a Huntington. Ya las guerras provocadas por el desmembramiento de la ex Yugoslavia mostraron la crueldad sectaria de los grupos nacionalistas y religiosos: católicos, ortodoxos y musulmanes. El reciente atentado de Bruselas nos vuelve a golpear por la muerte de personas inocentes que estaban en el aeropuerto de Bruselas o en el Metro.

Cuesta aceptar que la religión pueda motivar acciones tan inhumanas. Su mensaje compartido de paz y fraternidad, en la cultura integrista se trasmuta en intolerancia y recurso a la fuerza para expandir la fe. Repasando la historia uno se encuentra que en diversas etapas y latitudes la espada (ahora diríamos la bomba) se ha puesto al servicio de la religión. El fanático se siente poseedor de la verdad última y no repara en medios para someter a “los infieles” o a los que entienden el mensaje divino de otra manera.

Hoy nos impacta el yihadismo islámico de origen salafista. Los salafistas consideran que el Islam se ha ido perdiendo debido a la contaminación cultural con otros pueblos, el olvido de las fuentes del Corán, y el auge de las supercherías, lo que habría favorecido la dominación colonial europea. Los jóvenes que adhieren a esta corriente tienen un rechazo fuerte al mundo occidental y a las manifestaciones tímidas del Islam; buscan la pureza originaria de su fe y se comprometen con su expansión. Son generaciones de jóvenes árabes que vienen peleando en Afganistán, Irak, Egipto, Argelia y Yemen, y más recientemente en Siria, Líbano, Libia y Marruecos. Adhieren a la rama sunita del Islam. El salafismo rechaza toda concepción filosófica o jurídica del Islam, adhiriendo a una interpretación literal del Corán. Se entrelaza con el wahabismo, movimiento reformador del siglo XVIII, que también tiene connotaciones fundamentalistas y que se irradia desde Arabia Saudita.

Los jóvenes árabes europeos que adhieren a estas versiones extremas del Islam buscan su identidad en un universo religioso cerrado que les da seguridad y sentido de misión. Muchos de ellos viven en sociedades que no los han integrado, que los marginan socialmente y no valoran sus principios y creencias, y cuyo dominio colonial muchas veces consideran que es causa de explotación y de la emigración de sus padres. En la yihad encuentran una razón para vivir, aunque sea sacrificando sus vidas en actos suicidas.

El conflicto de civilizaciones no sólo se expresa en las zonas de contacto entre las diversas configuraciones culturales; también anida al interior de las sociedades pluralistas y democráticas. Para complicar el cuadro, hay que considerar que en el Medio Oriente está en curso una guerra de religión entre sunitas y chiitas, y un conflicto armado entre los grupos salafistas - como los Hermanos Musulmanes de Egipto - y los movimientos que protagonizaron la independencia y que han gobernado por décadas, apoyados en una élite cívico-militar muchas veces laica o al menos con fuerte influencia europea.

La respuesta a la amenaza terrorista actual no admite simplificaciones. Sería un error fatal. Debe enmarcarse en la promoción de un “diálogo de civilizaciones” que permita un mayor entendimiento entre el mundo islámico y el Occidente, aprendiendo de las experiencias positivas del pasado.

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