Clive Crook

Obama debe atraer a las empresas para asegurar su popularidad

No subestime el poder del tono. En política interna, donde el Congreso es el que manda, un presidente de EE.UU. tiene poco más que eso. El tono es la popularidad, y la popularidad es el poder

Por: Clive Crook | Publicado: Martes 25 de enero de 2011 a las 05:00 hrs.
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Financial Times preguntó a Jeffrey Immelt qué se necesita para reactivar la economía de Estados Unidos, a lo que el presidente ejecutivo de General Electric respondió: un poco de política, y mucho de tono. Al preguntarse qué debía hacer para reavivar su presidencia, Barack Obama puede haber llegado a la misma conclusión.



La segunda parte de la presidencia de Obama comenzó con un poco de política. El presidente llegó a un acuerdo sobre los impuestos con los republicanos. A los votantes les gustó. Su índice de aprobación subió. De manera menos vistosa, pero molestando más a la izquierda demócrata, revivió un acuerdo de libre comercio con Corea del Sur.

Luego vino el tono, y mucho. Nombró a nuevos asesores en la Casa Blanca: William Daley, como jefe de gabinete y Gene Sperling, a la cabeza del Consejo Económico Nacional. Otra vez, la izquierda se quejó. Dio un emotivo discurso tras los disparos de Tucson. Mientras la izquierda apuntaba contra los republicanos y su cultura del odio, él llamó a la unidad. Una vez más, al público le encantó.

La semana pasada, firmó una orden pidiendo que se revise la regulación de las empresas. Por si a la izquierda no le hubiera molestado demasiado, proclamó la iniciativa en una columna en The Wall Street Journal. Durante dos siglos, el libre mercado de Estados Unidos no sólo ha sido la fuente de ideas deslumbrantes y productos pioneros, aseguró a sus lectores, también ha sido el mayor motor de la prosperidad que el mundo haya conocido.

Y el viernes nombró a Immelt -un republicano, y antes crítico del presidente- para presidir un nuevo panel de asesorías sobre empleo y competitividad. ¿Querían tono? Ahí lo tienen.

Es una buena política, como lo demuestran las encuestas. EE.UU. no es un país que quiere ver a su presidente en guerra con las empresas. Pero, ¿puede esta nueva táctica ser algo más? La revisión de la regulación anunciada con bombos y platillos, el nuevo consejo asesor, y el nuevo enfoque en el empleo y la competitividad podrían mejorar muy poco.

La orden sobre regulación es mucho menos novedosa de lo que parece. Sólo reafirma los principios vigentes desde la administración de Reagan. Desde entonces, se ha tenido que analizar sus niveles de costo-beneficio para asegurar que las regulaciones hacen más bien que mal.

Como siempre ocurre con estas directivas, todo depende de la ejecución. Una aplicación más rigurosa de las pruebas de costo-beneficio probablemente retrocedería la normativa de EE.UU. en varios años. El efecto del nuevo orden nadie lo sabe. Pero, si la historia sirve de guía, lo más probable es que no tenga ninguno. Sin embargo, no hay que subestimar el poder del tono. En política interna, donde el Congreso es el que manda, es casi todo lo que un presidente de EE.UU. tiene. El tono es la popularidad, y la popularidad es el poder.

Incluso si el nuevo plan para las empresas es sólo mucho ruido y pocas nueces, hay decisiones reales que urgen: difíciles elecciones en impuestos y gasto público. Para influir sobre el Congreso en política fiscal, Obama debe ganar la aprobación de la mayoría del país. Para ello, no sólo debe mejorar las relaciones con las empresas, sino que también cambiar el carácter de su liderazgo, no tanto de izquierda a centro, sino de pasivo a activo.

El segundo tiempo de Obama será más claro hoy, cuando pronuncie su discurso sobre el Estado de la Unión, y más concluyentemente, en febrero, cuando entregue su nuevo presupuesto al Congreso. Un discurso es sólo un discurso, el presupuesto de un presidente es sólo un documento, que el Congreso es libre de ignorar y por lo general lo hace. Pero el presidente aún puede elegir.

Puede optar por no liderar -revisitar los temas fáciles de su campaña 2008- sin pedir nada difícil a los votantes, a las empresas o a un Congreso dividido, y esperar a que los mercados financieros acepten esto hasta después de las elecciones en 2012. O puede apostar su presidencia a explicar el problema fiscal, avanzar en una solución específica e insistir en que el Congreso actúe. Si Obama decide liderar, y acierta al tono correcto, podría salvar más que su presidencia.

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