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Columnistas

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MARÍA JESÚS IBÁÑEZ Abogada especializada en tecnología

Por: Equipo DF

Publicado: Martes 14 de octubre de 2025 a las 04:02 hrs.

“Solo sé que no sé nada”, confesó Sócrates hace 2.400 años. Hoy, en cambio, creemos saberlo todo en 0,23 segundo. La escena se repite: alguien hace una pregunta en una comida, todos sacan sus teléfonos simultáneamente y, en segundos, GPT entrega su veredicto. Discusión cerrada. El oráculo ha hablado. Lo que alguna vez pudo haber sido una conversación fascinante sobre la incertidumbre se reduce a una búsqueda.

En la antigua Grecia, peregrinos viajaban cientos de kilómetros para consultar a la Pitia en el templo de Apolo. La sacerdotisa, en trance, pronunciaba respuestas crípticas que requerían interpretación. El oráculo no eliminaba la duda; la profundizaba. Sócrates, tras consultar al oráculo y ser declarado “el más sabio de los hombres,” pasó el resto de su vida demostrando que su única sabiduría era reconocer su ignorancia. La duda socrática no era un obstáculo para el conocimiento; era su condición necesaria. “La vida sin examen no vale la pena ser vivida,” declaró antes de beber el shot de cicuta.

“La próxima vez que alguien pregunte algo, guarda el teléfono. Deja que la pregunta respire. No saber, por unos minutos, es el lujo más subversivo del siglo XXI”.

¿Para qué tolerar la incertidumbre si GPT puede resolverla instantáneamente? ¿Para qué hacer el trabajo duro de pensar si el algoritmo puede pensar por nosotros? Martha Nussbaum (a quién tuve el gusto de conocer) lo diagnosticó perfectamente: hemos confundido información con conocimiento, y conocimiento con sabiduría.

Sócrates entendía que la sabiduría comienza con reconocer los límites de nuestro conocimiento. Pero GPT nos vende la ilusión opuesta: que todo es “conocible” instantáneamente. La ironía es que vivimos en la era de mayor acceso a información en la historia humana, pero también en la era de mayor polarización intelectual.

Tenemos más datos que nunca, pero menos sabiduría. Más respuestas, pero menos comprensión. Más certeza, pero menos verdad.

La solución no está en borrarnos GPT—sería tan absurdo como volver a sacar la Casio. Pero sí necesitamos recuperar la duda socrática como antídoto contra la certeza algorítmica ¿Y esto que significa? Esto significa hacer preguntas mejores, no solo buscar respuestas más rápidas. Significa tolerar la incertidumbre el tiempo suficiente para que emerjan insights genuinos. Así que la próxima vez que alguien pregunte algo en la mesa, guarda el teléfono. Deja que la pregunta respire. Quizás descubras que no saber, por unos minutos, es el lujo más subversivo del siglo XXI.

Convivimos con la banalidad de la omnisciencia. Consultamos el oráculo digital con la misma naturalidad con la que pedimos una pizza -instantánea, eficiente, sin misterio. Vivimos en tiempos dónde aprender a vivir las preguntas -a habitarlas- podría ser el acto más revolucionario de esta generación. Al final, la única sabiduría que GPT nunca podrá indexar es aquella que emerge del silencio, la paciencia, y la incertidumbre de no saber. Y esa, querido Sócrates, sigue siendo la única sabiduría que vale la pena buscar.

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