El crecimiento también tiene una dimensión cultural
REGINA RODRÍGUEZ Directora Ejecutiva del Centro Cultural La Moneda
En un contexto global de cambios acelerados, marcados por transformaciones en las relaciones entre naciones, innovaciones tecnológicas y la inteligencia artificial, la relación entre cultura y economía adquiere un sentido renovado. El desafío de nuestro tiempo no es solo crecer, sino hacerlo con cohesión social y sentido de futuro. Desde esa mirada, la cultura puede ser una aliada estratégica del desarrollo sostenible, tanto como la innovación o la inversión.
La cultura es un derecho humano fundamental, como la educación, la salud y la vivienda. Y no hablamos de las creaciones artísticas, sino de las expresiones de las personas, sus modos de vida y aquello que las vincula. En tiempos de desconfianza y polarización, que dificultan el encuentro y el diálogo, la economía sin cultura pierde la dimensión simbólica que habilita la cooperación y la posibilidad de acordar reglas comunes. Y la cultura sin economía pierde capacidad de proyectarse y de generar impacto. La pregunta no es si dialogan, sino cómo lo hacen y con qué resultados.
“En tiempos de desconfianza y polarización, la economía sin cultura pierde la dimensión simbólica que habilita la cooperación y la posibilidad de acordar reglas comunes. Y la cultura sin economía pierde capacidad de proyectarse y de generar impacto”.
Según el economista australiano David Throsby (en su libro Economía y Cultura, 2001, publicado por Cambridge Universitty Press) una postura centrada solo en variables económicas ofrece una mirada incompleta. La cultura afecta la forma en que actúan y piensan las personas –en una empresa o en una nación– y, por tanto, puede influir en los resultados económicos: contribuye a la eficacia al promover valores compartidos que mejoran la toma de decisiones, la innovación y la forma en que las personas asumen los procesos de producción; también aporta a la equidad, al promover principios éticos como la responsabilidad hacia las futuras generaciones; y, finalmente, influye en los objetivos económicos y sociales que las comunidades deciden perseguir. Pese a ello, persiste cierto escepticismo entre economistas respecto de su importancia.
Desde los debates internacionales de los años ‘80 se instaló la idea de que el desarrollo sostenible requiere equilibrar tres pilares: economía, medioambiente y cohesión social. Hoy sabemos que la cultura puede articularlos.
Diversos organismos internacionales –como el Banco Mundial, el BID o la Corporación Andina de Fomento (CAF)– ya han reconocido esta capacidad en la cultura y, en esa línea, el Centro Cultural La Moneda, junto a la CAF, realizará el seminario internacional Cultura y Economía, mañana y el miércoles, con la perspectiva de abrir un espacio de encuentro entre economistas, empresarios, artistas, académicos y gestores culturales.
En Chile existen iniciativas privadas que ponen en práctica este vínculo: empresas que apoyan festivales, becas, instituciones privadas y proyectos que conectan ciencia y arte, cultura y educación y deporte, que también es cultura. Pero aún son una minoría. En la medida en que reconozcan en la creatividad un motor de innovación, y el mundo cultural vea al sector privado como un socio posible, se abrirán nuevas formas de crecimiento capaces de generar valor compartido.
No es casual que una de las revistas económicas más prestigiosas del mundo se titule Economic Development and Cultural Change. Su nombre nos recuerda que todo desarrollo implica una transformación cultural. Gestos que tienden puentes entre lo económico y lo cultural, como el seminario que se aproxima, marcan un cambio de época. No existe un futuro esperándonos: debemos construirlo juntos y enfrentar los desafíos de este siglo con una mirada común.
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