Una mujer conduce su auto con su hija a plena luz del día cuando es asesinada a tiros por otro conductor que no podía adelantarla. Lo ocurrido hace unos días en San Pedro de la Paz es dramático en múltiples y profundas dimensiones. Una de ellas es la falta de convicción que algunos actores políticos y sociales parecen tener sobre el deber estatal de resguardar el orden público como un asunto de derechos humanos. Quiero ser precisa. Esta columna no es una evaluación favorable o crítica del manejo que esta u otra administración hayan hecho de la crisis de seguridad que vive el país. Planteo algo distinto.
En el debate público informado, se ha hecho cada vez más frecuente escuchar críticas al énfasis central que algunos candidatos entregan al orden y la seguridad en sus propuestas de campaña. Cada vez con más soltura se afirma que tal o cual candidato (generalmente de derecha), caricaturiza el problema del crimen organizado, y que sin pudor juega con el temor ciudadano y lo profundiza. Si bien los adversarios y comentaristas que formulan estas críticas admiten que el problema de la seguridad es real, su énfasis se concentra en subrayar que aires autoritarios estarían inescrupulosamente impregnando y contaminando la reflexión ciudadana.
“La narrativa que identifica orden y seguridad con autoritarismo muestra la persistente falta de comprensión sobre la naturaleza y rol del orden público en democracia. Sugiere que nada han aprendido de lo vivido en los últimos años en Chile”.
Lo anterior a mi juicio, deja en evidencia una realidad alarmante. La narrativa que identifica orden y seguridad con autoritarismo muestra la persistente (y al parecer irreversible) falta de comprensión de ciertos sectores sobre la naturaleza y el rol que le cabe al orden público en un sistema democrático. Sugiere, que nada han aprendido de lo vivido en los últimos años en Chile, desde 2018 en adelante, o quizás debiese decir, desde 1970 hasta hoy, a pesar de atribuirse la hegemonía moral para hablar y enseñar a todos y todas sobre qué son los derechos humanos. Anticipa también, la falta de compromiso real de algunos de ellos con la defensa efectiva del Estado de Derecho en la eventualidad de llegar al poder.
Lo que estas personas no comprenden es que el orden, como el aire que respiramos, no se advierte hasta que falta, y cuando falta, nada más es posible en absoluto. La seguridad personal, junto al derecho a la vida y la libertad de conciencia son condiciones de posibilidad para el ejercicio de todos los demás derechos. Estar vivos y físicamente a salvo, es indispensable para construir nuestras vidas. Antes que estudiar, trabajar, emprender; antes que asociarnos, opinar, informar, en fin. Para poder ser humanos sujetos de derechos, cada uno necesita antes “ser” en cuerpo y mente. Cuando nos convertimos en padres y madres, esta necesidad es precedida por la responsabilidad de permitirle esto a nuestros hijos.
Quienes insisten en igualar la narrativa que promueve el respeto por el orden, la disciplina y la responsabilidad personal con autoritarismos (e incluso fascismos) de manera persistente y sin matices, son quienes construyen el discurso populista del que acusan a sus adversarios. Muestran, además, un profundo desprecio por los derechos humanos que dicen defender. Irrespetan y arriesgan finalmente, los derechos humanos de cada chileno, cuando sugieren, como dijo una niña de 11 años residente en Bajos de Mena, que el no sentir miedo es un lujo al que no todo ser humano parece poder aspirar.