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Columnistas

El peligro de la productividad aparente

MAURICIO VIAL GALLARDO Director de Admisión y Marketing, Universidad Autónoma de Chile

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 24 de octubre de 2025 a las 04:00 hrs.

Primero fue el quiet quitting: la renuncia silenciosa, ese desenganche emocional en el que los empleados hacen lo mínimo necesario para cumplir. Pero ahora emerge un concepto más inquietante: quiet cracking.

Según un estudio reciente de TalentLMS (2025), más de la mitad de los trabajadores afirma haberlo experimentado. No se trata de negarse al trabajo, sino de seguir cumpliendo mientras la motivación se resquebraja por dentro. El cuerpo sigue en la oficina -o conectado en remoto- pero la mente y las emociones comienzan a desalinearse.

“El quiet cracking es más peligroso que el quiet quitting porque no se ve. No hay señales claras de bajo rendimiento ni ausentismo, solo una fatiga emocional que se acumula hasta que la persona se apaga sin ruido”.

El quiet cracking es más peligroso que el quiet quitting porque no se ve. No hay señales claras de bajo rendimiento ni ausentismo, solo una fatiga emocional que se acumula hasta que la persona se apaga sin ruido. Desde la neurocomunicación, esto tiene una explicación conocida: cuando las emociones negativas se sostienen en el tiempo sin procesarse, el cerebro activa un modo de “ahorro” que reduce los niveles de dopamina, afectando la atención, la memoria y la creatividad. La mente sigue trabajando, pero ya no vibra.

La productividad aparente se mantiene, pero la invisible -esa que depende de la energía emocional y la atención plena- se deteriora. Cada correo se responde más lento, cada idea cuesta más esfuerzo, cada logro se celebra menos. No hay quejas, pero tampoco entusiasmo.

Este desgaste silencioso no siempre nace del exceso, sino de la desconexión: de trabajar mucho sin sentir propósito o reconocimiento. En Chile, las cifras de compromiso laboral recuerdan que el bienestar no es un lujo, sino una condición básica para sostener la productividad y el equilibrio emocional.

Frente a este escenario, las empresas y organizaciones deben revisar su comprensión de la motivación. Las viejas reglas siguen siendo válidas: la frecuencia del reconocimiento es más importante que su tamaño, la variedad evita la adaptación, y una mente agradecida es una mente feliz. Pero el desafío ya no es motivar con estímulos externos, sino sostener la atención emocional de las personas en entornos que muchas veces disocian al individuo de su propósito.

No basta con gestos aislados de bienestar. La verdadera prevención del quiet cracking pasa por rediseñar procesos, rutinas y liderazgos para que la atención y la emoción trabajen alineadas, no en competencia. La atención humana no es infinita: necesita recuperación, propósito y reconocimiento.

Quizás el punto más urgente sea entender que la emoción no es un accesorio de la productividad, sino su núcleo.

La atención sostenida -esa chispa que hace que alguien cuide los detalles o proponga una idea nueva- depende de sentirse visto, escuchado y útil. Esto no lo logra ningún algoritmo ni dashboard de desempeño: solo lo consigue una cultura que ponga a la persona antes que al proceso.

El quiet cracking no es el fin del trabajo; es su espejo. Nos recuerda que la eficiencia sin emoción es solo movimiento, y que si el alma se fractura, tarde o temprano el trabajo también deja de tener sentido.

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