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El poder de las donaciones

Rafael Carvallo

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Mientras en Estados Unidos los endowments exceden activos administrados por US$ 400.000 millones, en Chile, pese a tener incentivos tributarios, y firmas expertas en el manejo de fondos y un mercado de capitales profundo, estamos a años luz de los países desarrollados.
Este año, bajo la figura del endowment un grupo de empresarios chilenos reunió US$ 50 millones con el fin de darle certeza financiera al renovado Centro de Estudios Públicos (CEP). Definitivamente una muy buena publicidad para estas estructuras que, pese a su larga lista de beneficios, en Chile crecen con timidez. Sólo se conocen de manera más pública los endowments de las universidades Los Andes y Adolfo Ibáñez como el de la Cámara Chilena de la Construcción, que armó un fondo de este tipo para financiar sus proyectos sociales.
Los endowments, fondos que suelen ser donados por una persona o institución para un propósito específio, tienen como principal característica que el principal se mantiene a perpetuidad y sólo los retornos que genera (intereses, dividendos u otro tipo de rentas) son susceptibles de ser gastados. Como consecuencia, tanto los equipos a cargo de manejar estos portafolios como los procesos de inversión son clave. Además del desafío de determinar el asset allocation y los mejores productos financieros, hay responsabilidades en el control periódico de límites, consolidación y reporte. ¿Difieren en sus políticas de inversión respecto de portafolios más tradicionales? Ciertamente. El que puedan ser usados para un objetivo específico ya los hace únicos. Además, tienen un porcentaje relevante invertido en activos menos líquidos y siguen más bien estrategias de retorno absoluto que de benchmark.
¿Y qué pasa en Chile? Desde un punto de vista tributario existen leyes (perfectibles por cierto) que regulan este tipo de donaciones pero que también entregan preferencias tributarias. Se preguntará Ud. por qué teniendo el marco jurídico, el acceso a profesionales idóneos y un mercado financiero suficientemente desarrollado estas estructuras casi no se conocen. Algunos encontrarán motivos culturales. Los norteamericanos, firmes creyentes en la libertad y el esfuerzo personal, son más dados a retribuirle a la sociedad (y no al Estado) y quizás menos tímidos para pasar a la posteridad "obsequiando" su nombre a una determinada facultad o edificio. Otros argumentarán que al país aún le falta desarrollo o riqueza. Sin embargo, se han visto casos de donaciones relevantes para levantar, por ejemplo, escuelas de negocios que por infraestructura no tienen nada que envidiarle a las más conspicuas business schools.
Teorías pueden haber muchas, pero al menos sí sabemos que Chile se ha vuelto un país más rico, más emprendedor y donde el éxito económico producto del trabajo duro se valora. Es esperable que con el tiempo también transitemos hacia una cultura que valore los legados sociales tanto como la riqueza con que se agasaja a los herederos. Las primeras darán origen a obras que perduren en el tiempo, como universidades, funciones, iglesias, centros de estudios, parques, etc. Necesitamos que aquellos que han inspirado a otros a crear empresa, inspiren ahora a dejar legados que los transciendan. Es probable que ésta sea la herencia que mejor honre la memoria del legatario.

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