Cuando se acelera la destrucción creativa
José Manuel Silva Director de inversiones de LarrainVial Asset Management
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José Manuel Silva
El economista austríaco Joseph Schumpeter popularizó en los años cuarenta el concepto de destrucción creativa. Fenómeno que caracteriza a una economía de mercado y que conlleva el reemplazo permanente de industrias, productos y marcas establecidas por nuevos entrantes que amenazan a las primeras por la incorporación de tecnología, nuevos procesos de gestión o nuevos países competidores.
La destrucción creativa tiene como núcleo al empresario innovador, ayer un Ford, un Watson o un Honda; hoy un Jobs, un Musk o un Bezos. Gracias a ella, las industrias establecidas y sus accionistas pierden su posición dominante y se sienten bajo permanente amenaza. Ella permite masificar nuevas tecnologías y productos y se convierte en la mayor herramienta de redistribución del ingreso y de las oportunidades jamás vista. Sin destrucción creativa una economía se fosiliza y termina sucumbiendo como el castillo de naipes soviético.
La mejor manera de ilustrar este fenómeno dinámico es comparar un clásico ranking de empresas como el Fortune 500 entre dos períodos de tiempo. Por ejemplo si comparamos el año 1955 con el 2017 veremos que sólo 60 compañías se mantuvieron en el ranking en estos 60 años. El 88% restante se había fusionado, había quebrado o ya no pertenecía al ranking que lista a las 500 empresas de mayores ventas en EEUU.
Las cinco primeras de 1955 eran General Motors, Exxon, US Steel, General Electric y Esmark. Hoy las primeras son Walmart, Berkshire Hathaway, Apple, Exxon y McKesson. GM cayó al número 7, GE al 13. El acero se produce en China por lo que US Steel o Esmark ya no aparecen en el listado. Por utilidades GM cae hoy al lugar 20, en 1955 era la número 1. Hoy la más rentable es Apple (US$ 45 b) seguida por JP Morgan (US$ 24 b).
En 60 años aparece toda una nueva industria: la informática. Entre las 10 que más ganan, tres pertenecen a esta nueva industria: Apple, Google y Microsoft. Según la consultora Innosight, el plazo de permanencia de una empresa en el índice bursátil S&P 500 (500 acciones más transadas) ha caído de 33 años en 1965 a 20 años en 1990 y espera que se reduzca a 14 años el 2026. Así, a esta tasa de reemplazo, la mitad de las empresas del S&P 500 será sustituida durante los próximos 10 años.
En los últimos 6 años han salido del S&P 500 Eastman Kodak, J.C.Penney, Heinz, US Steel, Dell o el NY Times. Han ingresado Facebook, Accenture, Activision, Paypal, Netflix, Tripadvisor, y Under Armour.
La destrucción creativa no sólo atañe a empresas desplazadas por tecnologías disruptivas, sino también a aquellas que son compradas, mal gestionadas o innovadoras. Este año se ha caracterizado por un pánico relacionado con la irrupción de Amazon y las compras online, lo que ha derrumbado los precios bursátiles de las empresas de retail en EEUU y de los fondos inmobiliarios que tienen en sus carteras los malls que se están vaciando (el capitalismo es cruel parecen decir las acciones de malls, coincidiendo así con nuestro ex Pdte.). También el pánico está afectando una serie de profesiones hasta ahora prestigiosas que parecen amenazadas por la inteligencia artificial o la robótica.
Es difícil predecir el futuro y parce que ello es crecientemente así. Todo lo anterior obliga a los países a mantener mercados e instituciones flexibles y abiertas a la innovación. Cerrarse a la destrucción creativa es una ilusión. Las sociedades que se cierran terminan rígidas y altamente riesgosas porque concentran el riesgo en la cúpula en vez de distribuirlo en redes. El riesgo concentrado es una bomba de tiempo y basta que la élite agarre mal una curva y la sociedad en cuestión explota como la Unión Soviética o Siria.
Pero la destrucción creativa conlleva también altas dosis de stress y angustia para aquellos que trabajan en las empresas o industrias desplazadas. Una sociedad que se dice solidaria o cristiana debe tomar en cuenta a estas personas y construir una red de protección que sin anquilosar la sociedad evite que una parte de la población sea descartable. He aquí uno de los mayores desafíos de nuestra era. Los gobernantes que logren este sutil equilibrio pasarán a la historia.