Juan ignacio Brito

La promesa improbable de Biden

Juan Ignacio Brito Profesor Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la U. de los Andes

Por: Juan ignacio Brito | Publicado: Viernes 29 de enero de 2021 a las 04:00 hrs.
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Uno de los desafíos centrales de la administración liderada por Joe Biden consiste en relanzar el internacionalismo norteamericano. El Presidente ha señalado que pretende reforzar el trabajo con los aliados y “hacer que Estados Unidos lidere el mundo de nuevo”. No será fácil, pues deberá reinsertar a su país en un ambiente internacional que, pese a que le muestra buena voluntad al nuevo mandatario, es un lugar cada vez más hostil.

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Recién asumido, Biden reincorporó a Estados Unidos a los Acuerdos de París y la Organización Mundial de la Salud. También conversó con al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, a quien aseguró que el compromiso de su gobierno con la Alianza Atlántica es permanente. Ha dicho asimismo que convocará a una cumbre de países democráticos, con el fin de coordinar esfuerzos y marcar distancia con las autocracias emergentes en distintos rincones del planeta.

El cambio es notorio. Mientras su antecesor entendía que el interés nacional de Estados Unidos se promovía de manera egoísta en un ambiente competitivo de suma cero, el actual Presidente intenta volver a la tradición del internacionalismo liberal que EEUU ha venido practicando desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Para Biden, su nación estará más segura y será más próspera si favorece la preservación de un orden liderado por Washington, donde los aliados y países afines de EEUU puedan sacar beneficios a través de la colaboración con la potencia hegemónica benigna.

Ese esquema funcionó mientras Estados Unidos fue la potencia indiscutida al interior de su bloque (Guerra Fría) o el mundo entero (posguerra fría). Sin embargo, hoy la situación es distinta. No será sencillo que potencias emergentes como Rusia, India, Japón, Irán, la UE y, sobre todo, China cedan posiciones que les ha costado mucho conseguir. De hecho, ya ha habido muestras de ello.

Casi al mismo tiempo que China daba la bienvenida a Biden, el Presidente Xi Jinping advirtió en el Foro Económico de Davos que el orden internacional no debe ser dirigido por una sola potencia. Sus palabras coincidieron con el envío de aviones de combate a la zona de seguridad aérea de Taiwán y con el anuncio de ejercicios navales en las aguas del Mar del Sur de China. El mensaje es claro: Beijing parece dispuesto a cooperar, pero no a que sea Washington el que fije las reglas.

La comprobación de esto provino ni más ni menos que de la Unión Europea. Esta se apresuró a firmar a fines del año pasado un acuerdo comercial con China, pese a que Biden y su equipo dieron a entender que lo mejor hubiera sido que Bruselas esperara para afinar una estrategia común frente a la potencia asiática. Sin embargo, Europa, impulsada por la canciller alemana Angela Merkel, decidió correr con colores propios y privilegiar su propio interés.

Más allá de las declaraciones de buena crianza, hoy existe poca voluntad para postergar el interés nacional definido de manera estrecha en favor de una promesa incierta promovida por Washington. El mundo es un lugar competitivo donde nadie está dispuesto a ceder cuotas de poder a la espera de que Biden concrete su programa. Aunque todo puede suceder, es posible que la distribución actual de las capacidades al interior del sistema internacional haga improbable el retorno de un orden liberal bajo el liderazgo de Estados Unidos.

Biden se ha presentado a sí mismo como un adalid al rescate del internacionalismo liberal norteamericano. Pero si no juega con extrema habilidad sus cartas, puede terminar siendo su sepulturero.

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