La ética empresarial es esencial para el funcionamiento de los mercados
GUILLERMO LARRAÍN FEN, Universidad de Chile
Los escándalos empresariales se suceden en Chile y el mundo. ¿Deben los empresarios preocuparse de la ética de los negocios?
Milton Friedman argumentó en 1970 que el rol social de la empresa se reducía a “aumentar sus utilidades dentro de las reglas del juego”, digamos los límites legales. Producir eficientemente sería en sí mismo un imperativo ético. Aspectos distributivos, sociales o ambientales, serían ajenos al quehacer empresarial. En todo caso, para eso estaba el Estado.
“Un comportamiento puede ser legal, pero no ético, porque lo aceptado socialmente lo es antes de tener representación legal. Así, una cultura de ética empresarial es impostergable y requiere un gobierno corporativo que la persiga con sistematicidad. Es necesario mirar al presente, pero sobre todo preparar el futuro”.
Este planteamiento tiene dos problemas. Primero, supone que las empresas internalizan todas las consecuencias de sus decisiones, pero hay fallas de mercado que las empresas no tienen incentivo a corregir. Una empresa que opera en un mercado con fallas afecta negativamente a personas, comunidades u otras empresas. Esto puede ser consciente o no, pero con ello afecta el bienestar social y se pone ella misma en riesgo.
Segundo, pensar que basta con que la empresa maximice ciegamente sus utilidades supone que el Estado corrige fallas de manera perfecta, que las regulaciones son óptimas. Otro error: el Estado también tiene fallas, pues es vulnerable a la captura o la corrupción, y el servicio civil y los lineamientos estratégicos son inestables, entre otros.
El corolario es que hay un espacio donde no llegan las empresas maximizando su utilidad ni el Estado democrático regulando. Las empresas deben ver y actuar más allá de su utilidad, pero ¿bajo qué criterio?
El comportamiento ético es el que se ajusta a los principios morales y valores sociales considerados correctos y aceptables en una determinada cultura o comunidad. Esto plantea dos desafíos.
Primero, algunos valores sociales evolucionan. Lo que antes fue aceptable puede ser rechazado después. Hasta 1999 en Chile existían los “hijos ilegítimos”, distinción intolerable hoy. Hacia 2008 en el mercado de valores proliferaba la “cultura del datito” que hoy es inaceptable. Segundo, la diversidad de lo aceptable. En una economía global, algunos estándares éticos varían entre países. Lo que es tolerado en Chile puede ser reprobable en Europa o China. Detectar a tiempo cómo evolucionan y cuán diversos son los comportamientos sociales aceptables es vital.
Las empresas deben hacer más que cumplir la ley. Como las regulaciones cambian lenta y abruptamente, la adhesión a la ley vigente no basta para garantizar un comportamiento ético de la empresa. Un comportamiento puede ser legal, pero no ético porque lo aceptado socialmente lo es antes de tener representación legal. Así, una cultura de ética empresarial es impostergable y requiere un gobierno corporativo que la persiga con sistematicidad. Es necesario mirar al presente, pero sobre todo preparar el futuro.
Algunos plantean que los consumidores podrían castigar comportamientos empresariales inadecuados a través de sus decisiones de compra. Ejemplos como los hexágonos negros en alimentos procesados o las compensaciones voluntarias de emisiones de carbono en vuelos ilustran esto. El sociólogo Zygmunt Bauman es escéptico. El argumento es que el consumidor individual sabe que su elección tiene un impacto insignificante en el mercado. El funcionamiento ético del sistema es un bien público y, como tal, vulnerable al “free riding”. Cada consumidor prioriza su satisfacción personal, no la corrección de injusticias estructurales.
Por ello, el compromiso con la ética debe caracterizar al sector empresarial. Solo así pueden llenar los vacíos que inevitablemente dejan las leyes y la supervisión estatal. La sostenibilidad de la actividad económica y del propio mercado como institución, depende de ello.