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La ignorancia grita

Estos comportamientos no tienen cabida, espacio ni justificacion en la academia.

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Hace algunos días, cuando todo parecía indicar que en la postrimerías de 2010 nada podría sorprendernos especialmente, un colega chileno que pinta tantas canas como admiración en quienes le conocemos, me dejaba al borde de la estupefacción con su relato: fue al terminar su clase en el pregrado de una universidad amiga, cuando un espécimen poco evolucionado (pero que tenía bien abonada su matrícula), lo esperó en los pasillos de esta casa de estudios para golpearlo y garabatearlo públicamente por lo que él siente que fue una falta de consideración del profesor

Siempre he tenido gran temor por estas amebas desconsideradas que pululan en los pasillos de algunos centros de estudios y que al final de sus ejemplares historiales de pagos al día, egresan sin enterarse de lo que decía a sus espaldas en el frontis del edificio en cuestión. A saber: universidad.

Claro está que las consideraciones y atenuantes que las juveniles explosiones de pasiones de pasillo que pudieran esgrimirse en estos casos, pueden presentarse sin falta en discotecas, restaurantes y pubs. No hay atenuante alguno en los pasillos de una universidad (qué decir de estos desenfrenos al interior de las aulas). Estos comportamientos no tienen cabida, espacio ni justificación en la academia, ni en su esencia de universalidad y tolerancia.

Pero claro, nuestra historia no termina en este evento. La mal llamada dirección de la escuela respectiva (por cierto: se dirigen y orientan formaciones de personas), amonesta -ante la insistencia del agraviado profesor- al estudiante, quien se limita en su mermado intelecto a garrapatear unas frases de disculpa, seguramente copiadas de algún portal de mala muerte en Internet.

Un elemental principio termoeléctrico, explicado por Einstein reza lo no integrado, se desintegra. En este caso quien no se ha integrado a un sistema desnaturalizado será el respetado académico, quien tiene la opción de levantar su bandera de lucha por los mínimos principios formativos de la academia, dejando de dar clases en esa universidad. Vaya para él nuestro reconocimiento, en el recuerdo de la frase que inicia esta columna: la ignorancia grita, la sabiduría susurra.

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