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La recuperación de la economía española

Helga Jung

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Helga Jung

Después de pasar dos años luchando por sobrevivir, parece que finalmente la economía de España salió de la sala de cuidados intensivos. Al sector bancario ya se lo da por “curado”, la demanda de bonos españoles se disparó y, una vez más, el país puede salir al mercado a buscar capitales a tipos de interés razonables. Pero todavía queda mucho por hacer para asegurar que la recuperación sea estable en el largo plazo.

Empecemos por la parte buena. La confianza de los inversores está en alza, de lo que da testimonio la reciente colocación de bonos públicos a diez años por 10.000 millones de euros, que generó demanda por el cuádruple de esa cifra. Si bien las primas de riesgo por bonos a diez años siguen muy por encima de los niveles anteriores a la crisis, los rendimientos disminuyeron considerablemente, de 4% al principio de 2010 a 3,2% en la actualidad. Y cada vez son más los bancos y las empresas que vuelven al mercado de capitales. Además, en el tercer trimestre del año pasado la economía española volvió a crecer, y va rumbo a un crecimiento aproximado del 1% este año. Si, como se espera, el año que viene se registra un crecimiento del PIB cercano al 2%, España superará el promedio de la eurozona y habrá creado un entorno propicio para una importante recuperación del empleo a largo plazo.

Tal vez la consecuencia más notable de las reformas recientes en España sea haber logrado por primera vez en más de dos décadas un superávit de cuenta corriente (en el peor momento de la crisis, el déficit de cuenta corriente llegó a un valor sin precedentes del 10% del PIB). Gran parte de la mejora obtenida surge del aumento de las exportaciones, que en 2013 crecieron a un ritmo anual del 5,2%, más que en Alemania.

Pero hay que señalar que las mejoras de productividad son en parte atribuibles a una ola masiva de despidos (el lado oscuro de la recuperación económica). Asimismo, la competitividad de las empresas españolas dentro de la eurozona también se vio favorecida por una reducción del costo laboral y de la inflación, como consecuencia de la recesión y de la austeridad.

Es cierto que los ajustes de precios y salarios, que incluyen movimientos transitorios del costo de la energía y los alimentos, negativizaron el índice de inflación de España (aproximadamente –0,1%). Pero no hay motivos para temer un potencial escenario deflacionario. Por el contrario, al aumentar el ingreso disponible real de los españoles, los bajos niveles de inflación ayudan a estimular el consumo privado e impulsan una correspondiente mejora de los índices de confianza económica, incluida la confianza de los consumidores.

A pesar de estas señales positivas, la recuperación económica de España no está garantizada en el largo plazo. La evolución futura de la economía dependerá de cómo se desarrolle la actividad inversora en los próximos trimestres. Si bien durante la segunda mitad de 2013 la inversión se estabilizó, todavía está muy por debajo de los niveles anteriores a la crisis.

Se trata no solamente de lograr un aumento de las inversiones, sino también de asegurar que sea sostenible, para que no ocurra lo mismo que antes de la crisis, cuando el exceso de asignación de capital al desarrollo inmobiliario provocó un sobrecalentamiento de la construcción y de los sectores relacionados. Esta vez, es necesario que la inversión se distribuya entre todos los sectores de la economía, para mejorar la productividad de todos y su contribución al crecimiento del PIB.

Felizmente, el futuro es promisorio: la confianza del sector privado aumentó, lo mismo que la utilización de la capacidad disponible, y las empresas tienen por delante perspectivas de venta alentadoras. Pero mientras tanto, la inversión pública seguirá constreñida por las medidas de consolidación fiscal, que ejercerán una fuerte presión sobre el presupuesto. La amenaza más seria para la recuperación económica de España está en el mercado laboral, donde se ve una situación preocupante, con un índice de desempleo del 25,3%, que trepa al 53,9% entre los jóvenes.

El riesgo ahora es una recaída en la fatiga de reforma. Reducir el ritmo de las reformas puede producir alivio temporal, pero es casi seguro que provocaría la pérdida de todo lo que a España le costó tanto conseguir. Ahora que lo peor ya pasó, el peor enemigo de la economía española es la autocomplacencia.

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