La industria manufacturera se encuentra en un punto de inflexión donde la tecnología está haciendo posible cosas que antes no lo eran, lo que está definiendo una transformación radical de la industria, y abriendo una nueva brecha en términos de competitividad industrial. Vivimos, por lo tanto, un momento de discontinuidad y suspenso en el sector que marcará un antes y un después en la forma de competir. Es un reto estructural de grandes proporciones tanto para las compañías como para las políticas públicas de gobierno, con implicaciones operativas, tecnológicas y culturales amplias y diversas. Además, es también una oportunidad para adoptar posicionamientos diferenciales de negocio y ocupar nuevos espacios estratégicos con mayores niveles de rentabilidad para la empresa.
En un escenario como el actual, que cambia y evoluciona tan rápidamente, es necesario disponer de agilidad y flexibilidad para anticiparse y adaptarse con la misma rapidez a las nuevas realidades.
La llamada Industria 4.0 implicará cambios estructurales en tres ámbitos: la cadena de valor (desde el diseño hasta la comercialización), la concepción del producto industrial (incorporando nuevos conceptos digitales diferenciadores) y el modelo de negocio tras estos productos. Por lo tanto, hablar de la “Revolución de la Manufactura” y de cómo Chile se está preparando para tomar a tiempo este tren de la industria inteligente debería ser hoy un objetivo país en el que necesariamente tienen que inspirarse quienes están pensando gobernarnos. Lamentablemente, poco o nada hemos visto de este tema en las propuestas programáticas de las candidaturas presidenciales.
Una arista relevante que hay que considerar como producto de esta revolución tiene relación con el capital humano. Los datos van a ser un nuevo activo valioso de las empresas, y actividades como la analítica de datos o el desarrollo de software serán la clave. Hace falta, por lo tanto, incorporar talento digital en las organizaciones industriales.
El World Economic Forum pronostica que “los sistemas de automatización están en vías de reemplazar a más de 5 millones de trabajadores hacia el 2020” y “en EEUU se estima que el 7% de los empleos serán reemplazados por la automatización hacia el año 2025”.
Para Chile, los estudios apuntan a un horizonte similar. Según un trabajo de este año de la consultora McKinsey, cerca del 49% de los trabajos asalariados del país arriesgan ser automatizados en las próximas cuatro décadas. Ello le permitirá a las empresas grandes ahorros: US$ 9 mil millones en el retail, US$ 6 mil millones en la industria. ¿Qué pasará con los trabajadores? McKinsey cree que la tecnología hará aparecer nuevos trabajos pero muchos especialistas discrepan y avizoran una tormenta perfecta: personas que viven más y necesitan trabajar más tiempo pues las pensiones no alcanzan, mientras las empresas producen más bienes y más riqueza con menos empleo.
Se trata de una transformación profunda cuyo desarrollo requiere tiempo, lo que hace imprescindible adelantarse y empezar a actuar ahora para poder competir en el futuro.