Cual Hamlet, Chile lleva años haciéndose una pregunta bipolar. Profundizar la modernización de las últimas décadas o echar pie atrás al “modelo de desarrollo”. Para bien o para mal, el resultado de la primera vuelta atizó otra vez la discusión, demostrando la volatilidad que tiene en nuestro país la interpretación sobre “qué quieren los chilenos”. Inspirados por la votación del Frente Amplio, los entusiastas de “cambiar el modelo” han vuelto a la carga, sin mejores ideas que antes. Los partidarios de la modernización, golpeados con el resultado, se han quedado en silencio, quizás en la duda de sus propias convicciones. A no cometer ese error.
Hagamos memoria. En medio de las movilizaciones universitarias del 2011, la intelectualidad de izquierda logró instalar el diagnóstico que han predicado por años, cambiando el eje de consenso construido desde los noventa. En simple, el diagnóstico decía que en Chile se había incubado un gran malestar producto del “modelo de desarrollo” pues este generaba desigualdad, y que, de no cambiar el rumbo, estallarían conflictos sociales. Los chilenos, según esta teoría, demandaban menos mercado y más Estado, partiendo por la educación, las pensiones y la salud.
El mensaje caló hondo, al punto que la centro derecha de entonces, algo falta de ideas propias, también se lo tragó en parte, particularmente respecto de la educación.
Con ese trasfondo, el gobierno de Michelle Bachelet se puso manos a la obra, casi como ejecutores de un mandato celestial. No habían pasado seis meses de gobierno y el gran mandato se vino al suelo. ¿Por qué si los chilenos “quieren” más Estado, se oponen a una reforma tributaria que la va a pagar el 1% más rico? según nos decía el exministro Arenas. Y no acabó ahí. Mientras más esfuerzos hacía el gobierno por calmar el malestar tratando de pasar su retroexcavadora al “modelo”, menor era su aprobación.
Ahí fue cuando empezó a asomar cabeza la nueva interpretación, más moderna y heredera del consenso que transformó a Chile durante las últimas décadas. Según ésta, el malestar es parte natural del proceso de modernización del país. Que, junto a una mejora notable en los estándares de vida de la mayoría, trae aparejada una sensación de inseguridad y desapego, a la vez que una creciente demanda por oportunidades. Son los chilenos beneficiados con el proceso de modernización, que exigen llevarse más frutos de éste. En otras palabras, no es que los chilenos quieran más Estado, sino que lo contrario. Quieren más oportunidades para valerse con sus propias manos.
Quizás, como consecuencia de la baja popularidad de Bachelet y su gobierno, la nueva interpretación ganaba cada día más adeptos. A tal punto que el último libro de Carlos Peña, que abunda al respecto, se transformó en superventas aún antes de ser presentado oficialmente. Así estábamos antes de que Beatriz Sánchez sacara el 20% en la primera vuelta, devolviéndole con ello el entusiasmo a los apóstoles del “malestar con el modelo”, quienes no han perdido tiempo en interpretar la votación de Sánchez como testimonio de apoyo a su tesis. Conveniente, pero incorrecto. Por buena que haya sido la votación de Beatriz Sánchez, no hay que caer en el error de confundir novedad y expresión de cambio con adhesión a sus propuestas o a su ideología. Razones no programáticas para votar por Sánchez había muchas. Novedad, rechazo a los bloques tradicionales, una campaña joven y atractiva, un discurso plagado de sueños de justicia y, sobre todo, un sentido de urgencia de la necesidad de que Chile entregue oportunidades a todos.
Razones que no son ideológicas, y a las que apeló ME-O en el 2009 y Felipe Kast en su campaña en La Araucanía, y que les valieron a ambos, coincidentemente, un idéntico 20% de los votos. La votación de Sánchez, más que una señal ideológica de sus votantes, lo que muestra es una demanda por una política más cercana y nueva. Porque sobre la modernización capitalista y sus efectos, parece haber bastante más coincidencias de las que creemos.