Parece indudable que los recientes escándalos –Sename y Gendarmería– siguen incrementando el descontento ciudadano. En este sentido, no hablamos necesariamente de la baja aprobación de nuestras autoridades o instituciones, sino que de nuestra actitud de apatía hacia el proceso político completo, situación algo más compleja.
Diversos investigadores han concluido que este descontento o desafección explicaría los bajos índices de participación ciudadana. De tal forma, el problema es mayor, pues si bien la alta abstención en las últimas elecciones ha copado la agenda, el descontento también influiría en otros tipos de participación informal.
En otros términos, la desafección –consecuencia del escándalo– produciría un profundo desinterés por los asuntos públicos. Quizás por esta misma razón hoy presenciamos un escenario donde prima un individualismo exacerbado.
¿Qué hacer entonces?
En los últimos meses podemos encontrar al menos dos autores que han tratado de “reivindicar” la realidad colectiva por sobre el individualismo: Oscar Landerretche con “Vivir Juntos” y Daniel Mansuy con “Nos fuimos quedando en silencio”. La referencia cobra especial sentido si consideramos que ambos vienen de veredas políticas contrarias.
Pese a las diferencias evidentes de ambas propuestas, tanto el economista como el cientista político destacan la importancia de repensar nuestras ciudades. Sostienen que es allí, en esos espacios públicos, donde se debiese palpar la dimensión social de nuestros ciudadanos. Es en el barrio donde se debiese dialogar en respeto.
Llama la atención entonces que poco hagamos por revitalizar nuestras ciudades. Es igualmente inexplicable que, en plena discusión respecto a un proceso descentralizador, las grandes ausentes sigan siendo las municipalidades. ¿No es acaso esta unidad democrática la más cercana a la vida de barrio, a la plaza, a las calles?
El mismo Mansuy nos recuerda la necesidad de “acercar las estructuras de poder a las personas, y romper la distancia que se produce entre el bien individual y el bien público”. Es acá donde el centralismo se transforma en la principal traba.
Podemos seguir preocupados por la baja participación en nuestros procesos democráticos, pero si seguimos evadiendo sus causas difícilmente llegaremos a buen puerto.